Una paja en el agujar @RobertDaNilo2_0

dedito

Estimado, o no:

He oído hablar de terapias como el Biomagnetismo, la Fitoterapia, la Homeopatía, la Naturopatía o el Candy Crash (¿o acaso no hace también perder el tiempo?) pero lo de endiñarse el dedo por el culo como quien busca una paja en el agujar, es la primera vez que lo oigo (era al revés, creo). ¿Practicas esta terapia a menudo? Que digo yo que si el campechano ha metido la mano donde ha podido, tiene sentido que los españolitos que lo idolatran metan el dedito en el primer orificio que encuentren. En este caso, la mano se me antoja excesiva, pero el dedo, sobre todo si es el dedo corazón, genera un relato que es hasta romántico.

– Ven Manolo, dame tu corazón.

– Ayer me hice un corte con el cuchillo del jamón y llevo una tirita. ¿Te vale el índice?

Pero no hablemos de terapias digitales que se mezclan con las anal…ógicas. Hablemos de la capacidad de defender argumentos sin insultar. O mejor aún, hablemos de insultar pero de manera divertida. Y es que el insulto se emplea para ofender y no para resultar ingenioso, lo cual es un error. Por ejemplo, a mí que me insulten llamándome supremacista o que me inviten a meterme el dedo por el culo, no me ofende. Al fin y al cabo, vivir en un país en el que el emérito coge un avión, se pira sin decir dónde, sabemos ahora que está en un hotel que cuesta 11.000 euros la noche y que, a pesar de eso, haya un hashtag que dice #GraciasMajestad, ha elevado el nivel de ofensa a alturas estratosféricas. Pocas cosas me ofenden ya, pero las que me ofenden, me motivan a la acción. ¿Te he dicho que lo de invitar a independentistas como yo a meternos el dedo en el culo parece incompatible con la idea de una Disneylandia rojigualda?

Rafael del Moral, en su Diccionario temático, clasifica cuatro tipos de insultos:

  • a la inteligencia y a la salud mental (idiota, adoquín, lerdo, mameluco, mentecato, pazguato, imbécil, retrasado, estúpido, mastuerzo, atontao, orate, loco, subnormal, deficiente, majadero, cenutrio, zoquete),
  • a la educación (analfabeto, ignorante, palurdo, berzotas, gaznápiro),
  • a la bondad (sinvergüenza, ladrón, bellaco, degenerado, bribón, granuja, chupasangre, sanguijuela, cantamañanas, chupóptero, zascandil, canalla)
  • y a la valentía (cagueta, cobarde, pusilánime, gallina, alfeñique, lechuguino).

Con estos insultos tienes ya un equipaje más que suficiente para creer que ofendes a alguien y así, desviar la atención de que en realidad no sabes defender argumentos con ironía. Eso sí, lo de gaznápito, mameluco, zascandil o lechuguino no es de muy malote. Y es que puestos a ofender, hay frases como: yo podría haber sido tu padre, pero sólo llevaba tarjeta de crédito y tu madre no tenía datáfono. Pero claro, esta manera de insultar, además de machista, dirige la ofensa a la persona equivocada. La madre no tiene ninguna culpa (sólo si le compra una mascarilla de VOX). Por eso, a pesar de que insultar y ofender, son actividades humanas que no mejoran la vida en sociedad, hagamos un ejercicio de creatividad y aprendamos a ofender e insultar con cierta gracia. Aprendamos de los escritores, por ejemplo. Truman Capote le dijo a Jack Kerouak: “eso no es escribir, es teclear”. Gustave Flaubert afirmó que George Sand era “una gran vaca de tinta”. William Faulkner opinó que Ernest Hemingway “nunca había sido conocido por usar una palabra que envíe a un lector a un diccionario”. Cyril Connolly dijo sobre George Orwell que “no podía sonarse la nariz sin tener que moralizar sobre la industria del pañuelo”. ¿Son o no graciosos? Estaría bien vivir en una sociedad en la que nadie sintiera la tentación de insultar a otra persona pero, como la condición humana es la que es, al menos intentemos ser graciosos.

Por cierto, ya que me propones esta terapia, déjame que te aconseje sobre cómo mejorarla. Intenta hacerlo con el dedo bien untado de gel hidroalcohólico. Si te contagias de coronavirus que nadie pueda decir que fue por tu hobby. Quizás pique un poco.