
Estimado, o no:
Vayamos por partes, como cuando el campechano recibe los extractos de sus cuentas corrientes y acaba la colección de paellas, de cuchillos, le llega el televisor de 50” y acumula puntos para la colección de toallas de baño (no hay nada como que los Borbones domicilien sus ingresos en una cuenta bancaria). Desde hace siglos, los catalanes sabemos que somos bilingües. Te lo prometo. Somos perfectamente conscientes. Ho sabem. Sabem que qualsevol nen o nena de Primària sap parlar al menys el doble d’idiomes que molts espanyols. No te preocupes. Puedes estar muy tranquilo en ese sentido. Preocúpate de otras cosas. Esta semana hemos sabido, por ejemplo, que la deuda pública de España alcanza ya el 110% del PIB y desde hace semanas sabemos que España es el país con más contagios de coronavirus de la Europa Occidental. Puestos a estar inquietos por algo, esto parece más adecuado y urgente. Pero volvamos al monotema (llamado así porque opinan hasta los monos). Desde el punto de vista de cualquier bilingüe, debo decirte que resulta extraordinariamente surrealista que un monolingüe le diga a un bilingüe que debe ser bilingüe. Es como si un monje de clausura le dijera a Killian Jornet que el aire puro de las cumbres de las montañas es una maravilla o como si Eduardo Manostijeras advirtiera a su proctólogo de que tenga cuidado de dónde mete el dedo. Lo sabemos. En serio, sabemos que queremos ser bilingües, lo apreciamos, no queremos dejar de ser bilingües (o incluso queremos hablar idiomas extranjeros). Si a eso sumas que muchos niños catalanes tienen padres de una enorme variedad de países del mundo, espero que alcances a comprender que lo del bilingüismo ha quedado hasta corto. Lo que sucede es que para ser bilingües resulta positivo no tener un Estado en contra que demonice, por ejemplo, el sistema educativo; o que prohíba hablar en lenguas que no sean el castellano en las tribunas del Congreso o del Senado. Y resultaría muy beneficioso que el Estado que sostenemos con nuestros impuestos incentivase la iniciativa privada para que, por ejemplo, un catalán pueda encontrar en el quiosco revistas de informática o de cine en catalán, o que negocie con plataformas como Netflix o HBO para que esté normalizado el hecho de que el catalán, el gallego o el euskera estén presentes o, por qué no, para que más pronto que tarde le puedas preguntar a tu Alexa: quin temps farà demà? Porque cuando una enorme maquinaria nacionalista, mediática, política y tuitera se pasa el día con el ventilador encendido y con toneladas de excrementos intelectuales dispuestos a enterrar la diversidad cultural de España, resulta complicado ser bilingüe y, sobre todo, resulta imposible sentirse formar parte de una nación que crece en el rechazo a todo lo que se sale de UNA idea.
Respecto el tema del imperio, efectivamente, el número mágico de España es el 1898. Ya no existe y yo diría que es infinitamente más probable una República Catalana que un imperio español. Y si necesitas tiempo para analizar esta frase, puedes entretenerte buscando la banderita de tu perfil en esta imagen del G20, al que España acude como el invitado que viene a ver el fútbol a tu casa pero no tiene derecho a palomitas.

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