El espíritu de Pollock

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Acabada la primera Guerra Mundial, los artistas estaban en shock. No podían pintar sobre los mismos temas, el cuerpo les pedía un grito contra todo lo establecido, la muerte se había paseado por Europa y tenían que expresar eso de alguna manera. De hecho, este grito empezó ya en 1916, en el Cabaret Voltaire de Zurich. Hugo Ball y Tristan Tzara se rebelaron contra las convenciones literarias y artísticas en un intento de burlarse del arte burgués. Surgió entonces el Dadaísmo. Irracionalidad, tendencia a lo absurdo, sin sentido, ilógico… eso fue el Dadaísmo y mucho más.

Después de la segunda Guerra Mundial, en EEUU, sucedió algo parecido. Millones de muertos, heridos, devastación, Hiroshima y Nagasaki… ¿qué debe explicar el arte a la gente en esos momentos? ¿Reflejamos temas felices como si no hubiera pasado nada o rompemos con todo y nos reiventamos? Aunque el paso del arte figurativo a la abstracción fue lento y anterior a la segunda Guerra Mundial, lo cierto es que abrió la posibilidad de ver el mundo de otra manera, o mejor dicho, de ni siquiera reflejar el mundo tal como es, o como lo cree ver un artista. Y llegó Jackson Pollock. No se acaba de saber si fue de manera accidental o premeditada. Lo cierto es que plantó el lienzo en el suelo, cogió el bote de pintura y decidió que su lenguaje pictórico serían gotas que caían del pincel. A esta técnica se le llamó dripping y, al movimiento artístico, expresionismo abstracto, el primero nacido en EEUU. La obra no sería un fin sino que sería un medio, porque el fin era la acción, la acción de pintar. Que sea el acto de crear lo realmente importante y que el azar sea el que acabe dando forma al objeto artístico. Después llegó Niki de Saint Phalle, que bombardeaba los lienzos con balas de pintura. Yves Klein embadurnó de pintura azul cuerpos de mujeres que después se restregaban en el lienzo. Se inventaron máquinas que pintaban. Se hacían performances ante un público deseoso de ser golpeado por un nuevo lenguaje. ¿Son las pinturas de Pollock bellas? Pues no lo sé. ¿Debe el arte perseguir la belleza? Yo creo que no, necesariamente. ¿Nos tienen que gustar las obras de Pollock? Sí… o no. No… o sí.

En todo caso, a mí Pollock me resulta especialmente inspirador porque me enseña a ver las cosas de otra manera; a cuestionar lo establecido; a buscar nuevas formas de expresión, prescindiendo del relato oficial, de los cánones de belleza y del “qué dirán”. No hay nada más maravilloso que inventar un lenguaje.

Vivimos una época confusa. Supongo que todas lo son, al fin y al cabo. Vivir en presente y desconocer el futuro genera incertidumbre. Pero me encantaría que nos atrapase el espíritu de Pollock (su alcoholismo, mejor que no). Necesitamos personas que no tengan miedo a romper con lo establecido, ya sea un sistema político tóxico, una Constitución obsoleta, un modelo económico frágil o un arte que no inspire.

Veía ayer un documental de Filmin sobre el Pabellón de Mies van Der Rohe en Barcelona y en él aparece Xavier Rubert de Ventós diciendo algo así como que necesitamos tener unos referentes culturales para saber si algo nos gusta o no. Y es cierto. Saber si algo nos gusta o no, es un ejercicio intelectual maravilloso. Opinar con criterio resulta positivo. Pero aún es más humano y majestuoso, que nos guste o no nos guste algo, sin saber realmente por qué, y sin dar explicaciones, y sin necesidad de convencer a nadie, y conociendo exactamente lo mismo que los demás sobre cómo incidirá eso en el futuro. Digo todo esto porque ojalá pudiese coger a Catalunya en este momento y hacerle un Pollock. Y no me refiero a bombardearla con pintura. Me refiero a reinventarla, a crear algo nuevo, innovador, arriesgado pero en clave de futuro, algo transgresor con lo establecido. Necesitamos, más que nunca, inspirarnos en el espíritu de Pollock porque han sucedido demasiadas cosas ya como para conformarnos con lo de siempre.

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