EL IMPERIO DE LA INCULTURA

Estimado, o no:

Lo primero que se me ocurre decirte es que, si tú representas a la España imperial, prefiero imaginarme que hay otra. Y es que la tuya es la España cateta, prepotente, castradora. La España alienada del mundo, encantada de haberse conocido. Esa España atrasada, de una inapetencia cultural que da vergüenza ajena. La España que lleva siglos perdida en su condescendencia, que solo ha sabido pasearse por el planeta a base de hostias y sangre, incapaz de asumir derrotas, ciega al presente y alérgica al futuro.

Es la España cejijunta, la que huele a ajo, la que presume de algo que solo existe en su imaginación. Es la del “a por ellos” y las togas quijotescas que hacen el ridículo en Europa. La del “aquí mando yo” y del “qué hay de lo mío”. La que se junta para negar lenguas ajenas o dramatizar la diversidad. La que dialoga enviando policías o miente ante atentados. La del sobre cerrado. La de la razón es de quien grita más. La de los ladrones de cuello blanco, hoy honoris causa y mañana en la trena.

Es tu España un delirio colectivo, una causa sin más efecto que la pereza mental y la anorexia emocional. Terrorista ortográfica, compadre del insulto, padre y madre del odio a la disidencia, capaz de disparar en el Congreso y, al mismo tiempo, llamar golpe de Estado a unas urnas. 

Yo no quiero nada con esa España. Me repele como un impermeable a la lluvia. Me quiero a años luz de su toxicidad. No sé si hay otra España. Me gustaría pensar que sí, pero si existe la veo callada, ausente, distraída en saber quién es después de tanto siglo perdido. De momento está la España imperial y su ruido eterno. Pero taparse los oídos no es la solución. 

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