Diario de un 10/40. Capítulo 2

diario

30 de abril de 2017

Después del fiasco del pastel, los invitados se apresuraron a marcharse con las excusas más inverosímiles. Al parecer, mi muestra de terrorismo repostero no les acabó de convencer. Lo que no saben es que mi siguiente fase en el plan para que se largasen cuanto antes era el karaoke. Pensaba cantarles, a voz en grito y desafinando todo lo que pudiese, hits como “Chantaje”, “Despacito” y, sobre todo, “Bailar pegados”. Tengo la extraña habilidad de poder reproducir con mis cuerdas vocales toda la escala cromática al llegar al famoso momento de “bailar pegados es bailar, igual que baila el mar con los delfines”. Cierto es que el alcohol ayuda un poco a alcanzar ese éxtasis musical, como cierto es también que consigo que mis oyentes sean capaces de dibujar unas caras de asco que ningún estudiante del Actor’s Studio empapado de método hasta las trancas podría conseguir.

No hubo karaoke. Una lástima. Lo que sí hubo fue un pastel de cumpleaños para veinte personas empapado de Fanta de naranja. Después de los diez minutos de la bronca familiar con llantos de mi hija incluidos, se ha producido también un efecto colateral: mi mujer quiso hacerme la broma de regalarme un pastel con la cara de Messi. No sé a causa de qué extraño efecto, la combinación del pegajoso líquido naranja, del chocolate y de la lluvia química que produjo mi mal rollo, ha deformado la cara del astro argentino. Ahora es una mezcla de Sergio Ramos comiendo un pomelo y Montoro quitándose las legañas.

Son las doce y cinco de la noche. Ya es técnicamente domingo. Marhuenda e Inda dividen el mundo en buenos y malos. Me gusta ver la tele con el volumen a cero. Me relaja. Es como mirar peces en un acuario o buscar en el listín telefónico de 1992 cuántas personas se apellidan “Espantoso” (sí, todavía guardo el listín del 92. Le he cogido cariño. Fue el año de las Olimpiadas y sé que algún día tendrá valor en un museo). Empiezo a recoger el desorden de la fiesta mientras interiorizo la cifra de mi cumpleaños. Cincuenta. Diez años de niño y cuarenta de adulto.

No sé si os gustan las películas de barcos que se hunden. Son mis preferidas. Siempre hay alguien que grita: ¡vamos a morir! Y un tipo egoísta, con traje y corbata, que va dando hostias a diestro y siniestro para conseguir un bote o un salvavidas. Pues bien, en las pelis de barcos que se hunden, indefectiblemente aparece algún miembro de la tripulación que grita el orden en el que las personas deben abandonar la embarcación: ¡las mujeres y los niños, primero! No lo critico. Sobre todo por lo que hace referencia a los niños. Aunque también me genera una duda: ¿qué haría una activista de Femen en esa situación? Sin ánimos de entrar en un debate, prefiero centrarme en lo que me interesa: si eres hombre y tienes cincuenta años, ya sabes que en el hundimiento de un barco sólo te queda poner cara de machote y esperar que la entrada de agua sea lo suficientemente lenta como para salvar el culo sin perder esa supuesta masculinidad de “los hombres no lloran”.

Y así será mi vida a partir de ahora: un pastel en el que la cara de Messi es una mezcla de Sergio Ramos comiendo un pomelo y Montoro quitándose las legañas, una mujer que piensa con razón que soy un idiota y la sensación de que en Titanic no te atreverías a pedirle a Kate Winslet que se echara a un lado a pesar de que en la madera cabríais los dos.

Àlex_Ribes

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