LA ALEMANITA

Estimado, o no:

He cometido un error: recomendarte sexo. Aunque ejercitar el noble arte del coito podría pasar por la mejor de las terapias, pienso en tu pobre pareja de baile. Viendo tu estado de agitación y ansiedad emocional, lo que debería ser algo así como un tango, elegante y pasional, parecería breakdance encima de una lavadora centrifugando piedras. Y qué quieres que te diga: siempre es mejor escuchar a Carlos Gardel. En todo caso, siempre queda la “alemanita” y su innata tendencia a los solos de flauta.

Me llamas nazi, sin conocerme. Sin una cena previa, sin un cine, sin un gin tonic en una discoteca. En lo de catalán aciertas. Pero en lo de nazi no estoy tan de acuerdo. Para ser nazi debería negar el holocausto, apostar por el supremacismo ario y flipar en colorines con ese artista frustrado y acomplejado que fue Hitler. Nada más lejos de la realidad. Para empezar, afirmo rotundamente que el holocausto fue una de las mayores locuras que han encontrado sitio en los libros de Historia, los arios me dejan tan indiferente como un nazi explicando chistes y mi artista favorito es Edward Hopper. Yo diría que de nazi tengo lo mismo que de George Clooney, aunque de esto último no me importaría que se me pegara algo. Pero pasemos al tema central: lo de nazi catalán. 

La historia de Catalunya es compleja. Por aquí ha pasado todo el mundo. Hasta la infanta Cristina y Urdangarín. Tenemos mar, el clima es bueno, la variedad de paisajes resulta envidiable y lo más raro que hacemos es subirnos unos encima de otros para construir castells. “Fer cagar el tió” también puede sorprender al principio, pero al menos, lo hacemos con troncos y no con personas (nota mental: busca en Twitter fotos del 1 de octubre de 2017. Lo que verás te sorprenderá). 

Pues eso, que la historia de Catalunya es un ir y venir entre pueblos que invaden, esparcen sus espermatozoides y se van; otros que nos dejan ruinas (también económicas); algunos que explotan nuestros recursos; otros que nos sugieren en qué idioma debemos hablar para que no se sientan ofendiditos; algunos que mojan su culo en nuestras playas para decirnos “nunca fuisteis un reino, pero nosotros sí” y otros, muchos, que nos dejan en herencia su cultura sin esperar nada a cambio. Ya sabes: amor es no tener que decir nunca lo siento (aunque también es lo que dirías con un borracho que pierde el equilibrio. ¿Lo siento?). 

El quid de la cuestión es que los catalanes no hemos abierto campos de concentración, no hemos edificado cámaras de gas y no hemos provocado ninguna limpieza étnica. De hecho, somos un pueblo que luchó contra el fascismo, un pueblo de exiliados, un pueblo al que, a lo largo de la Historia, se le ha negado su lengua y su cultura. Y si en nuestra tierra quedan trazas de nazismo son las de aquellos que aún creen en el franquismo, un régimen que bombardeó Barcelona con la ayuda de la aviación legionaria italiana y de la Luftwaffe alemana. Por este motivo, cuando veo que algún hiperventilado une las palabras nazi y catalán, me indigno profundamente. Porque recuerdo lo que me explicaba mi madre sobre los bombardeos, cuando ella era una niña que había nacido en un mundo cruel y salvaje que no comprendía. Me vienen a la memoria sus palabras, que hablaban de carreras hacia el refugio, del sonido de las alarmas, del miedo, del ruido de las bombas, de esa lotería que eran los artefactos de muerte cayendo del cielo. Artefactos de los fascistas italianos y de los nazis alemanes que ayudaron a un régimen asesino. 

Cuando unas las palabras “nazi catalán” piénsatelo dos veces. Es más, si eres suizo tal como afirmas en tu biografía, quizás de lo que deberíamos hablar es de la neutralidad suiza con el nazismo. Quizás los suizos estéis en deuda con el mundo. Quizás debáis explicar vuestro papel en la segunda Guerra Mundial. No es oro todo lo que reluce. Aunque el de los nazis en los bancos suizos relucía mucho.