HAZME CASITO

Estimado, o no:

Me has descubierto: me encanta responder a comentarios estúpidos, más que nada porque lo que hago con los comentarios inteligentes es leerlos, disfrutar y aprender de ellos. También es cierto que para responder a comentarios estúpidos intento hacer uso de la inversión en estudios, lecturas, viajes y visitas a museos que he dedicado a procurar ser una persona más interesante que la que ensuciaba pañales en un barrio de Barcelona, cuando a ese niño el mundo no le parecía tan absurdo como ahora. Por este motivo, te doy la bienvenida a la categoría del blog “hazme casito”. 

Sé que no ganaré el Premio Nobel con este blog. Sin embargo, he ganado algo a lo que doy mucho valor: el hecho de sentarme ante la pantalla del ordenador y que este ejercicio creativo me permita dar una visión sobre mis mundanas experiencias en la vida. Y más, cuando un sorprendente número de lectores dan apoyo a esta actividad. Quizás si escribiera sobre la primavera, cuando vierte la vida en los campos en una explosión multicolor o sobre la soledad urbana de islas de cartones que aíslan a náufragos en su exilio interior, todo parecería más poético y no te ofendería lo suficiente como para explicar que lo que lees no te gusta (bien pensado, quizás odies la primavera o la visión de un indigente te perturbe. No lo sé). De todas maneras, creo que anida una cierta contradicción en tu interior, ya que respondes a los comentarios estúpidos que escribo sobre otros comentarios estúpidos. Acabas de entrar, por lo tanto, en una espiral de comentarios estúpidos ya que con esta bienvenida al blog respondo a un comentario estúpido que critica que respondo a comentarios estúpidos. Lo cual convierte el ejercicio de escribir en algo cuanto menos interesante. Ahora solo falta que escribas otro comentario estúpido, para responder al comentario estúpido que vierto en esta carta, para responder al comentario estúpido que has dejado en Facebook, manifestando que no te gusta que yo responda a comentarios estúpidos. Y así entraremos en una helicoide de comentarios estúpidos que, por comparación, harán del Congreso español un lugar que dialoga con la inteligencia. 

Pues sí, voy a responder a tu comentario estúpido: “a todos los catalanes varones les falta un testículo”. Aquí se me plantean dos cuestiones. La primera es saber si el número de testículos de los catalanes es algo que forma parte de tu proyecto vital, si es la inquietud número uno en la lista de “cosas que me preocupan”.  Yo no soy médico, pero juraría que la criptorquidia afecta a un porcentaje muy pequeño de bebés. Y como el hecho de ser objeto diario de la catalanofobia no provoca la desaparición de testículos (sino que más bien los hincha), puedes quedarte muy tranquilo: los catalanes solemos fecundar óvulos en modo estéreo. Eso sí, la segunda cuestión que me plantea tu comentario es si esa afirmación se basa en la observación. Porque si es así, te imagino recorriendo los vestuarios de los gimnasios de Catalunya con una calculadora en la mano. Y qué quieres que te diga, la imagen resulta tan inquietante y perturbadora como imaginar el paquete de Amazon que llevaba Carlos II entre las piernas, ya que según la autopsia tenía “un solo testículo negro como el carbón”. Si has jugado al billar americano, sabes a qué se refería el médico del Habsburgo. 

Al llegar a Habsburgo he escrito un total de 538 palabras. Ojalá la unión de ellas haya provocado alguna sonrisa en el lector. Porque ésa es realmente la intención de este blog. También lo es el hecho de denunciar la catalanofobia que inunda las redes sociales. Si no te gusta, queda claro que no es tu blog. A mí no me gusta la coliflor y no por ello vierto comentarios en páginas de veganos afirmando que la coliflor produce flatulencias. Todos somos dueños de nuestros pedos y eso conlleva una enorme responsabilidad (sobre todo en los trayectos en ascensor). Y como estamos casi en Navidad y me siento generoso, ya te he regalado el casito que reclamabas. Feliz Navidad a todos los necesitados de casito del mundo. Ojalá dediquen su tiempo a cambiar el blanco de las páginas por palabras que mejoren el mundo, especialmente si se adjuntan a sonrisas.