
Estimada, o no:
Desde que el ser humano abandona el útero materno y es lanzado a la vida como un paquete de Amazon, intenta comprender el mundo. Algunos más y otros menos. Seamos justos con los que estudian, viajan y tienen una mínima curiosidad por las almas ajenas. Intentar comprender el mundo no resulta una tarea sencilla. Quizás lo es si renunciamos a la complejidad y nadamos por la superficie cual ñordo seco en un estanque, propina de algún perro con problemas de absorción de nutrientes. Sin embargo, si optamos por esa opción vital que consiste en sumergir la cabecita en la complejidad que nos rodea, esta experiencia de estar vivos se antoja algo con más interés que menospreciar otras culturas y otros pueblos, que es lo que tu cabecita ha intentado hacer.
En numerosas ocasiones me he sentido ninguneado por el trasnochado, casposo y acomplejado nacionalismo español. Un nacionalismo curioso porque nace de la paradoja de negarse a sí mismo. Los nacionalismos que aspiran a la construcción de un proyecto común suelen ser integradores. Es un “venid aquí, respetad lo que soy, respetaré lo que sois y seremos nosotros”. En cambio, los otros nacionalismos son los de “no me gusta cómo eres, solo me gusta cómo soy yo, te conquisto y te anulo”. Europa conoce a pollaviejas con bigotes ridículos que optaron por eso. Un alemán que vociferaba idioteces en una cervecería de Munich tuvo la peor luna de miel de la historia, ya que se casó y al día siguiente su cuerpo ardía en el jardín de un búnquer de Berlín. Otro de esos tipos con bigotes ridículos tuvo mejor suerte. Aunque muriese rodeado de cables en modo “dónde mierda se conecta el USB”, al menos lo hizo en la cama de un hospital después de una larga vida puteando a la gente. No siempre gana el bueno. Este es uno de los aspectos que tiene esa realidad compleja de la que te hablaba. A veces la vida es tan insoportable como unas vacaciones al lado de Isabel Coixet.
Tu tuit, que nace de váyase a saber qué frustraciones vitales, manifiesta que el catalán es una mala copia del valenciano, que el catalán no tenía gramática hasta hace pocos años, que el acento catalán te parece “relamido y pegajoso”, que no tenemos bandera propia y que no fuimos reino. Como comprenderás (o no), no voy a dedicar ni una sola palabra a rebatir tu ignorancia ya que se rebate sola. Pero sí voy a hacer una cierta reflexión.
Me pregunto si existirán británicos que emplean esos “argumentos” con los norteamericanos. Porque queda claro que el inglés no nació en Boston, Massachusetts; que Shakespeare escribía maravillosas obras muchos años antes de que F. Scott Fitzgerald publicase “El gran Gatsby”; que el acento americano puede parecer menos elaborado en comparación con el británico (es cuestión de gustos), que la bandera de Estados Unidos no nació en el Big Bang (como pareces insinuar con la española) y que el país de las barras y estrellas jamás ha sido un reino. Pero, ¿eso le concedería derecho moral a un británico a menospreciar a todo un pueblo? Y es que lo de no haber sido reino, por ejemplo, me parece uno de los “argumentos” más patéticos que uno le puede echar a la cara a un ciudadano. Las previsiones del FMI para 2024 es que las diez principales potencias mundiales serán China, Estados Unidos, India, Japón, Alemania, Rusia, Indonesia, Brasil, Francia y Reino Unido. Es decir, solo Japón y Reino Unido tienen la monarquía como forma de gobierno. Por cierto, en esa lista no aparece España.
Digo yo que, si la población mundial es de 7.800 millones de personas y los catalanes solo somos 7,5 millones, y que el catalán solo es una lengua entre las más de 6000 lenguas que existen en el mundo, alguna capacidad tendremos. Porque, con lo insignificantes que somos, si no tenemos lengua propia, ni bandera, si nunca fuimos reino y jamás saldremos en Juego de Tronos, el retorno, al menos somos capaces de provocar que viváis con odio y no podáis disfrutar de lo maravillosa que es la vida en su entera complejidad. Y qué quieres que te diga: joderle la vida a quien no sabe apreciarla, tiene un punto de placer secreto.
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