Carta al monstruo de las galletas @trikismikis1

monstruo

Estimado, o no, monstruo de las galletas:

Después de haber conocido a Julio Iglesias en 1988, eres el segundo muñeco inanimado al que me voy a dirigir. Bueno, el tercero. También saludé un día a Montilla. Voy a intentar explicarte cuatro cosas como si estuvieras en Barrio Sésamo. Ups, me acabo de dar cuenta de que ya estás en Barrio Sésamo. En todo caso, voy a darte una pequeña lección de Historia a tu nivel. Si te resulta muy aburrida, puedes ir comiendo galletas de vez en cuando.

Vamos a dar un salto hasta 1700. El último rey de lo que ahora es España, y que pertenecía a la Casa Habsburgo, deja de emitir gruñidos para pedir el desayuno. Lo sé, quizás me he excedido en la presentación del personaje pero es que a este Carlos lo llamaban “el hechizado” para no decir que estaba como una cabra. El tipo en cuestión era conocido por sus numerosas supersticiones, por rodearse de curanderos y por creer que era de Constitución débil (como España) a causa de un embrujo o del demonio. Además, era un eyaculador precoz de esos que en la segunda m de Mmmmm, onomatopeya que lanzan al ver a una mujer desnuda, ya han vertido su poción real en lugares inútiles para los que el chiringuito de la Monarquía continúe generando beneficios. En resumen, el pajarito le hacía pío, pío, antes de hora, lo que produjo que muriera sin descendencia. ¿Y ahora qué?, se preguntaron los que querían seguir viviendo de la corte sin pegar ni golpe (el resto, como siempre, bastante tenía con sobrevivir como pudiera). Lo que sucedió es que tanto el rey Luis XIV de Francia, Borbón como el uve palito; como el emperador Leopoldo I del Sacro Imperio Romano Germánico, Habsburgo, como el flipado (aka, hechizado) alegaron derechos a la sucesión española debido a su folleteo con infantas españolas hijas del rey Felipe IV, padre de Carlos II. Además, las madres de ambos eran hijas del rey Felipe III, abuelo de Carlos II (lo sé: un culebrón barato). Después están Ana de Austria, María Teresa de Austria, María de Austria y Margarita de Austria, que en una serie de Netflix estarían muy bien pero aquí no te voy a explicar nada para evitar que te hartes de galletas. Total, que como en aquella época, las cosas se solucionaban o con sexo o con guerras, y como los Borbones y los Austrias no estaban entonces por fiestas de intercambio de parejas, olor a pies y pornografía monárquica, se pelearon. Mal rollete. Además, Inglaterra y los Países Bajos no querían que se unieran las coronas francesas y españolas, no por la fusión de las crepes con la tortilla de patatas (bastante asquerosa, por otra parte), sino para evitar una megapotencia europea. ¿Qué pasó en Catalunya? Pues que los catalanes se aliaron con los austriacistas. Después de la Paz de los Pirineos, los catalanes tenían menos simpatía por los franceses que Víctor Amela por el peine y, además, la Casa de Austria siempre había respetado las Constituciones catalanas, en cambio, los Borbones habían demostrado muchas veces su actitud centralista (pues sí, pocos cambios ha habido desde entonces). Tras muchas bombas, muertos y violencias varias, los Austrias dejaron a los catalanes con la barretina al aire (también con el culo) y los habitantes de esta preciosa tierra catalana se tuvieron que enfrentar solos a las simpáticas fuerzas borbónicas que, tras lanzar miles de bombas amorosas y llenas de fraternidad sobre la población civil barcelonesa, entraron el 11 de septiembre de 1714 en la ciudad y no precisamente para pedir cappuccinos en los Starbucks. ¿Qué sucedió después? El precampechano Felipe V podría haber ofrecido sus servicios de rey a la población civil. Hola, soy vuestro rey. ¿A que os molo un montón aunque me haya equivocado mucho, lo siento, no volverá a ocurrir? Pero no fue así. Lo que hizo el Borbón fue sacarse su chorrilla monárquica, ponerla metafóricamente sobre la mesa y firmar con ella una serie de decretos que, en resumen, venían a decir “pachulo, mi pirulo”. La versión beta del Felipe borbónico se arrogó la soberanía de los territorios conquistados por derecho divino (sí, qué pasa, me lo dijo Dios una vez), comenzó a reunirse consigo mismo para decidir la vida de los demás y, entre otras medidas, impuso el castellano como lengua oficial (sí, monstruo de las galletas, igual que en América, no se abrieron academias con tarifa plana y horarios flexibles, sino que se impuso una lengua).

Fue una guerra internacional, cruel, sangrienta, con una postguerra autoritaria y represiva. Porque si algo tienen las guerras en España es que las postguerras son aún peores. Es la atávica obsesión por la venganza y el aquí mando yo. Soy consciente de que también es la Historia de muchos países y de que los relatos oficiales cuentan con una potente maquinaria propagandística detrás pero la Historia es la que es: la monarquía absolutista borbónica en Catalunya se impuso por la fuerza de las armas. Punto. El resto, romanticismo si quieres, pero que el acto fundacional de lo que ahora tenemos se construyó en base a violencia sobre población civil y represión posterior, es indiscutible.

Pues nada, que te sienten bien las galletas. Por cierto, pon una coma de vez en cuando porque leer tus textos y comer galletas sólo puede provocar un ataque de tos.

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