Estimada, o no:
Me encanta el subconsciente. Lo adoro. El subconsciente contiene más verdad sobre nosotros mismos que un millón de conversaciones. El subconsciente es una carpeta que almacena obsesiones, fracasos, neurosis, victorias, derrotas… Y de vez en cuando se nos cae, desparramando por el suelo nuestras grandes verdades, aquellas que definen realmente lo que somos, cuando ya no podemos ser una impostura en busca de aceptación social. Tu carpeta ha sufrido un tsunami y tu timeline de Twitter es un museo de obsesiones, la radiografía del perfecto patriota español.
Dices que incluís a todos los que somos diferentes en vuestra nación. DIFERENTES. ¿Diferentes a qué? La respuesta es evidente: diferentes a vuestra cosmogonía hispánica del una, grande y libre. No hay otra. Habéis construido en vuestra mente una idea de país, que es la suma de tópicos, un sincretismo enfermizo de toros, pandereta, imperio, lengua común y algunas curiosidades folclóricas más. Y los catalanes somos los “diferentes”, diferentes a vosotros que sois, supongo, los iguales. Somos diferentes menos cuando Marc Márquez gana campeonatos del mundo. Entonces somos un poquito más iguales, rápidamente le colocáis la etiqueta de “piloto español” y todos tan contentos. Pero somos diferentes cuando hablamos catalán. No sólo somos diferentes, también molestamos, porque ya se sabe que el catalán es una lengua que se habla para molestar y no para comunicarse entre catalanoparlantes. No nos engañemos, para vosotros, para los que piensan como tú, el catalán es una singularidad, una curiosidad, algo raro en el panorama español, un reflejo óptico ante el que se debe cerrar los ojos y que, como máximo, toleráis, y no en todos los espacios. Es en ese momento cuando conviene reducirla al ámbito de lo privado. Habladla en casa, en la intimidad, es regional, no es útil, no es como el castellano que se utiliza hasta por los lapones cuando construyen iglús.
Somos los diferentes. Los catalanes son muy suyos, se dice. No entran en los cánones, se apartan del resto, son eso: diferentes. Y ser diferente es ir en contra de España. Lógico. Porque vuestra España es un Estado sin nación, un proyecto frustrado. España son las heridas de un imperio fallido, de cuarenta años de dictadura fascista y de repúblicas breves. España es la Reconquista, la religión por bandera contra el infiel. El aquí mando yo, mis cojones y mi espada, la letra con sangre entra. España debería ser una nación de naciones pero es sólo una noción de nociones, muchas de las cuales además han sido impuestas y no precisamente con sonrisas.
La patria es una abstracción, un constructo social para que los aborregados tengan un espacio de idiotez compartida. Por la patria se mata, se impone. Por la patria se lleva a jóvenes a morir en absurdas guerras. Por la patria se despoja a los pobres de lo poco que tienen para que unos ricachones se metan botox hasta en el pene con la intención de lucir paquete en las revistas del corazón que otros idiotas leerán soñando con un día en el que puedan ser como ellos. No vivo en ninguna patria. Sólo creo en la infancia, que es como dijo Rilke “mi única patria”.
Hablemos de sociedades, de sociedades inteligentes, resilientes, imperfectas pero con ilusiones compartidas. Hablemos de la sociedad catalana, un proyecto incompleto, al que le falta soberanía, capacidad de decisión, autocrítica (por supuesto) pero que no se puede construir dentro de un régimen decadente, endogámico y castrador como el régimen del 78. Porque siempre es “a pesar de” y no “a favor de”. Todo se antoja muy difícil, cansino, agotador. Cada negociación es un río de portadas catalanófobas. Cada titular es una sarta de mentiras. Cada vía de diálogo es inmediatamente saboteada por los frustraditos de la vida, los de siempre, los fascistas que han secuestrado una idea futura de España: la de la reconciliación, la de la protección a las diversidades culturales y la del progreso basado en la confianza entre polos económicos. Esta España, ni está, ni se le espera. Por eso, no te hablaré de patrias, te hablaré de una sociedad, la catalana, que tiene unas inmensas ganas de progresar, de encarar el futuro sin que cada conquista sea una lucha permanente contra esa idea de España, la que nos ve “diferentes” para lo que comprende e “iguales” para lo que le conviene. Sé que no lo entenderás pero, por estas razones, y por otras, soy independentista.
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