La cabra coja de la Legión

tontorraco

Estimado, o no:

No es difícil adivinar que sufres. El mundo no es como te lo explicaron los Teletubbies. Los únicos que se abrazan por la calle son los amantes o los carteristas que te quieren dejar sin pasta. Una lástima. O no. Y es que no me imagino el mundo lleno de Teletubbies que, con tanto azúcar vital, siempre parecen al borde del coma diabético. Si he de elegir, prefiero a los Minions. Son muy monos y no se les entiende cuando hablan: mi ideal de ser humano si quiero desconectar un rato de tantas dosis de realidad. En resumen: el mundo es una mierda… pero encantadora, ya que es el único lugar en el que puedes comer sushi mientras te peleas con los palillos para evitar sacarle un ojo a tu primera cita en un restaurante chino y, al mismo tiempo, que el salmón no se divorcie del arroz creando así un conflicto conyugal-culinario. Un drama.

He leído muchos tuits como el tuyo. Se podrían resumir en un: no entiendo que no te sientas español y, como no lo entiendo, te recuerdo que eres español y te jodes, hombre ya. Sospecho que este argumento no llenará jamás páginas en los libros de filosofía (si acaso en la revista erótica “Ser español, hoy. Tócate.”) pero estoy alarmado ante el grado de insatisfacción vital de una parte de la sociedad española. Nos estáis intentando decir algo. Lo sé. Que lleváis mal el rechazo está claro, pero es que tenéis los mismos niveles de resiliencia que una gelatina bajo el culo de Kiko Rivera jugando al agachadito. Procedamos entonces con consejos para llevar bien el rechazo al régimen del 78.

Dice el psicólogo Guy Winch que el rechazo hace que se resientan las zonas de dolor en el cerebro. Winch afirma que son las mismas áreas cerebrales las que se activan tanto, cuando nos sentimos rechazados, como cuando experimentamos dolor físico. Por lo tanto, si no se puede evitar el dolor, generemos un segundo dolor más fuerte para provocar que nos olvidemos del primero. El ser humano prioriza. Por lo tanto, cada vez que sientas el dolor del rechazo del independentismo, pégate un martillazo en el dedo gordo del pie. Será una cojera patriótica de la que podrás presumir ante otros rechazaditos. Otra idea es que cada 12 de octubre los cojitos por la patria hagáis un desfile con una cabra coja disfrazada de legionario, ante la comprensiva mirada del monarca y el aplauso unánime de los presentes. Ya sabes lo bien que son recibidas estas lecciones de patriotismo por parte del nacionalismo español, siempre tan ponderado.

Somos animales sociales y por eso nuestro cerebro prioriza el rechazo. Todos necesitamos pertenecer a un grupo, ya sea la “Asociación del cacahuete mojado como fruto seco” u organizaciones marginales como el “Grupo de lectura de votantes de VOX”. La desconexión de los grupos a los que sentimos que pertenecemos provoca un gran dolor emocional. Ese dolor se extiende al hecho de que una persona abandone el grupo (especialmente en la “Asociación del cacahuete mojado como fruto seco” que ha tenido más dimisiones que Ciudadanos. Sí, amigo, la “Asociación de la avellana mojada como fruto seco” se los lleva a todos). Hago un inciso. Se me está yendo la olla, ¿no?

Winch afirma que el rechazo hace descender temporalmente nuestro coeficiente intelectual. Eso me lleva a pensar que cometemos una grave injusticia al confundir a los tontos con los cornudos. ¿Hay tontos cornudos? Efectivamente. Porque si hubiesen sido inteligentes, quizás sus parejas no habrían tenido la tentación de abandonarles por otro u otra mejor. Te decía que el ser humano prioriza y si la alternativa, aunque sólo sea un proyecto, es mejor que la realidad, parece lógico que nos lancemos a tener experiencias nuevas.

Hay un experimento social muy interesante: súbete el último en un ascensor repleto de gente y ponte mirando hacia el fondo. Notarás que las personas que miran hacia la puerta se sienten incómodas, tensas y que su rechazo va en aumento a medida que el viaje en ascensor se prolonga. Es difícil ir contracorriente, salirse del grupo, ser objeto de rechazo o convertirse en el centro de todas las miradas inquisitorias. Pero a veces es la única opción para sentirse libre. Eso sí, si tu dolor ante la persona que mira hacia el fondo es insoportable, es mejor que cojas un martillo y apliques la terapia del dedo gordo del pie. Siempre te quedará la recompensa de un desfile con la cabra.

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