Hasta Pablo Casado fue una vez un niño

destroncio

Debo admitir que he albergado dudas acerca de si debía llevar o no a mi hija a manifestaciones independentistas. Por una parte estaba el temor a ser acusado de adoctrinamiento y caer en el error de querer influir en sus futuros pensamientos de adulta empleando el inherente poder de influencia como adulto referente para modelarla a mi gusto. Sin embargo, otra serie de pensamientos anidaban en mi convicción final de que sí debía hacerlo. Para empezar, no quería sumergirla en una especie de burbuja que la aislara de los acontecimientos históricos que se estaban (se están) produciendo en su entorno. Tendemos a sobreproteger a los niños y niñas, llevándonos por la falsa impresión de que a esa edad solamente se debe estar preocupado por jugar y hacer los deberes del colegio. Con ello generamos varios déficits. El primero, estamos infravalorando su capacidad de comprender la realidad. Cierto es que precisan más información, que deben aún trabajar aspectos tan importantes como la educación emocional y que necesitan tiempo para que su capacidad de asociación de ideas les dote de un mayor número de herramientas. Pero si los encerramos en esa burbuja, de alguna manera les estamos expulsando de un mundo en el que deben tener el mismo lugar que todas las demás personas, independientemente de la edad. Estamos anulando además sus voluntades o sus libertades. Los niños y niñas tienen todo el derecho a conocer qué sucede a su alrededor. No podemos sumergirlos en un mundo Disney en el que el bueno es muy bueno, el malo es muy malo y siempre vence el bien. Es que no es cierto, como no son ciertos muchos de los roles de género y todos los estereotipos que sin darnos cuenta (o conscientemente) transmitimos en nuestras palabras o en nuestros actos. Admitamos que somos adultos desorientados, que no siempre lo sabemos todo, que somos imperfectos, que no tenemos un manual de instrucciones de la vida y que improvisamos porque vivimos en presente y el futuro, si algo nos aporta, es incertidumbre. Les haremos un favor si dejamos a los superhéroes para la ficción.

¿Deben dibujar lazos amarillos o esteladas los niños? Yo jamás obligaré a mi hija a que dibuje un lazo amarillo, una estelada, un paisaje primaveral o al monstruo de Stranger Things. Eso es evidente. Y es evidente porque la creatividad debe ser libre, auténticamente libre. El arte sirve para expresar nuestra visión del mundo, única, irrepetible y por eso, necesaria e imprescindible. El ser humano lleva siglos llenando el mundo de pintura, música, literatura, danza, escultura o arquitectura. Lleva siglos dialogando con la belleza, con la muerte, con la soledad o con todos los abismos existenciales. Y no hay edad para iniciarse. Esa necesidad simplemente llega, aparece sin que nos demos cuenta. Por eso, se antoja absolutamente necesario que los niños y niñas pinten lo que quieran: lazos, esteladas, senyeres o banderas españolas. El problema lo creamos los adultos cuando censuramos unos dibujos y otros no. Porque, ¿acaso nos planteamos un problema de adoctrinamiento cuando bautizamos a un bebé, los niños y niñas hacen la comunión, el Ramadán o participan en el concurso “Qué es para ti un rey”? Pues si no lo hacemos, no debería plantear el más mínimo problema que un niño dibuje un lazo amarillo y lo cuelgue en su clase. Lo que no es democrático es quitarlo, censurarlo, coartar su libertad de expresión porque, aunque sea un niño o una niña, la tiene. Nada más faltaría que no la tuviera.

Los menores de edad deben ser partícipes de la política. ¿Por qué no? No estoy diciendo que deban votar o presentarse como candidatos o candidatas. Me refiero al hecho de que deben ser formados políticamente, igual que deben ser formados en materias como lengua, literatura, matemáticas, etc. de Hagamos una prueba: preguntemos por la calle a adultos que nos expliquen qué entienden por ser de izquierdas o de derechas, qué es el neoliberalismo, que nos digan cuatro aspectos que definen el marxismo, qué diferencias hay entre subir o bajar impuestos indirectos y a quiénes afectan, etc. ¿En serio los adultos estamos tan preparados para hablar de política con criterio? Además, los adultos hemos ensuciado la política, la hemos llenado de porquería, de odio, de insultos y amenazas. Hemos convertido el espacio político, no en un intercambio de ideas para mejorar la sociedad, sino en un lugar de frustraciones, coacciones y destrucción. Por esta razón, una cierta conciencia remanente nos dice que tenemos que mantener alejados a los niños de la política. “Es cosa de adultos”, les decimos. Al final, ellos y ellas asumirán o no el legado de nuestra incompetencia o de nuestros éxitos. En nuestras manos, sin embargo, también está que tengan espacios para crecer siendo conscientes, solidarios, empáticos y en resumen, con sensibilidad social. Pero no lo harán si los alejamos del mundo que les rodea, esperando que el tiempo cambie lo que deberíamos empezar a cambiar nosotros mismos.

Fes un click a sota per seguir-me a:

1024px-Instagram_logo_2016 Instagram

logotw Twitter @blogsocietat 

Unknown Facebook

youtube

YouTube