Estimada, o no, Cayetana:
Quiero darte la bienvenida a la que espero que no sea tu tierra. Y no porque no desee que te pases de vez en cuando por aquí para dejarte el dinero en una buena mariscada en el Port Olímpic, sino porque deseo que no te conviertas en diputada por Barcelona. Entre otras cosas porque sospecho que vanagloriarte de no saber catalán augura que a ti la cultura catalana te preocupa tanto como la dieta a Homer Simpson.
Pero antes de que pasees tu demagogia incendiaria por tierras catalanas, permíteme que te diga que estoy harto de que me llamen xenófobo por ser independentista. Este hartazgo aumenta cuando quien lo afirma pretende tener responsabilidades políticas. Sé que insultar es muy fácil. Me consta. Cagarse en la puta vida de alguien o insinuar que come mierda en modo desayuno diario resulta un ejercicio intelectual sencillo. Insultar puede incluso resultar divertido. Ver a Pablo Escobar diciendo huevón o hijoeputa en Narcos me provoca la risa. Eso sí, no tanto como ver a otro Pablo famoso diciendo que Getxo está en Gipuzkoa. Menos banderas y más mapas, cariño.
Lo que te decía: insultar es fácil. Deshumanizar a un colectivo de millones de personas llamándolas xenófobas, es fácil. Yo también podría decir que los madrileños son unos chulos, los andaluces unos vagos y los extremeños unos… Ups, pues no lo sé. No sé qué son los extremeños, así en general. De hecho, no creo que todos los madrileños sean unos chulos, ni todos los andaluces sean unos vagos. Porque deshumanizar colectivos de esta manera es terrible. Entre otras cosas porque también existe la sospecha de que haya catalanes chulos y catalanes vagos. Algunos hasta se tatúan y especulan en bolsa. Lo que trato de decirte es que la deshumanización que comporta este tipo de comentarios la inventaron otros antes.
Que el fascismo tiene un enorme poder de atracción, especialmente en épocas de crisis es algo bien sabido. El fascismo simplifica la existencia humana, para que sea más fácil de masticar. Es en este momento cuando los estereotipos asoman el cuello (no haré ningún chiste sobre cuellos, por cierto). Crear una dialéctica nosotros versus ellos, es la primera regla del fascismo. Nosotros somos el orden, la ley, nosotros molamos mucho, somos disciplinados y amantes de la concordia universal y ellos son… xenófobos. Poco importa que Catalunya sea la primera comunidad en turismo receptor y emisor o que en Barcelona se hayan realizado las manifestaciones más masivas para pedir que se acojan a los refugiados (en este punto es cuando el troll asegura que sólo viajan los unionistas y sólo los unionistas se manifiestan en pro de la acogida de refugiados. En fin). Los separatistas, según tu punto de vista, somos xenófobos porque queremos pertenecer a un nuevo Estado, con una nueva Constitución y unas nuevas reglas de juego. Es tan absurdo como decirle a una mujer que odia a los hombres porque se quiere divorciar de su marido.
Además, uno lee los periódicos y asiste a hechos como que España incumplió su compromiso de reubicar a 15.888 solicitantes de asilo, se entera de las condiciones de los inmigrantes en la cárcel de Archidona, de la existencia de las vallas de Ceuta y Melilla con lanzamiento de pelotas de goma a personas que estaban en el agua del mar, de que el gobierno impide zarpar al barco de Open Arms, de la situación de los CIES y de que según SOS Racismo, el principal agente discriminador sea el que forman las entidades públicas, con un 51,4% de casos en el 2018. Quizás no somos xenófobos sino que lo que queremos es un reset total que impida estas situaciones.
Exijo a los que quieren ganar dinero público a través de la política que sean más responsables. Mucho más responsables. La simplificación conduce a los estereotipos, los estereotipos a los prejuicios, los prejuicios a la marginación y la marginación al odio. Exijo a los políticos que dialoguen con la complejidad y que den valor a conceptos tan importantes como la verdad y la realidad, muy distanciados últimamente. Exijo a los representantes del pueblo que no se dejen llevar por políticas fascistas. El fascismo no conduce a nada bueno. Votar no es fascista, manifestarse pacíficamente no es fascista, proponer cambios constitucionales no es fascista. No es fascismo. Proponer cambios sociales, políticos y económicos basados en la opinión de la mayoría no es fascismo. Y para saber qué quiere la mayoría, se tiene que consultar al pueblo, que es quien tiene la auténtica soberanía. Exijo a los políticos que cuando pertenezcan a un grupo dominante, no se dejen llevar por el victimismo, que sepan que igualdad no es lo mismo que justicia, que dar voz al pueblo es su principal obligación. Y exijo a los políticos que no incendien la sociedad para construir sus modelos sobre las cenizas. Otros lo hicieron antes y fracasaron.
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