Estimada, o no, Inés:
Creo que hay tres cosas que uno debería tener siempre a mano: un antidiarréico, ropa interior limpia y una excusa. Bueno, si hay unos lavabos cerca, quizás estas cosas no sean necesarias. Por eso, voy a reformular la pirámide de Maslow y entre las necesidades básicas, antes que un antidiarréico, ropa interior limpia y una excusa, voy a colocar un diccionario. Y es que si estás en Copenhague peleándote por hacerte una foto con la sirenita y te viene un apretón, lo mejor es tener un diccionario de danés cerca para saber que håndvask significa lavabo. No me imagino lo humillante que debe ser sufrir esa situación ante la sirenita, sabiendo que en cualquier momento puede aparecer el cangrejo Sebastián cantando “Bajo el mar”.
Concluyo, en consecuencia, que los diccionarios pueden resultar muy útiles para evitar caer en el ridículo.
Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que fija, limpia y da esplendor como Mister Proper:
FORASTERO
1. adj. Que es o viene de fuera del lugar.
2. adj. Dicho de una persona: Que vive o está en un lugar de donde no es vecina y donde no ha nacido. U. t. c. s.
3. adj. Extraño, ajeno.
No sé si te tragaste muchas pelis del Oeste cuando eras una joven andaluza risueña y dicharachera y por la tele las vaquillas hacían de las suyas en Grand Prix pero, aunque en las pelis de John Wayne la palabra forastero sea algo chungo porque de fora vingueren que de casa ens tragueren, ser forastero no es algo negativo, en principio. Ser forastero implica introducirte en un lugar ajeno con la idea de conocerlo, hablar con los lugareños, disfrutar de su paisaje, de su gastronomía o puntuar los establecimientos en TripAdvisor. Cheñó, cheño, he encontrado un pelo en la cama y choy calvo. Pero cuando uno monta una excursión de fin de semana para aterrizar en un pueblo, gritar en su plaza mayor, pasear las banderitas, quitar lazos y dejar el arte performativo en una burda imitación del pistolero que entra en el Saloon dando una patada a la puerta, forastero es lo más suave que te pueden llamar.
Hace años conocí a un tipo autodestructivo que todos los fines de semana salía con la idea en su cabeza de que le dieran una hostia. Daba igual si era en una discoteca de divorciados, en un restaurante vegano o en una sesión de Tai chí en un parque. El tipo suplicaba que alguien le diera una buena somanta de hostias. Podíamos hablar de su ruptura sentimental o de que el tipo era muy feo y no le llegaba para una buena cirugía estética. Lo cierto es que iba por la vida suplicando que le calentaran la cara. Así de simple. Eso fue muchos años antes de que Chuck Palahniuk escribiera El club de la lucha. Supongo que es fácil imaginar que alguna que otra hostia se llevó. El caso es que desde hace unos meses, alguno de esos asesores maravillosos que tenéis, os ha debido decir que no hay nada mejor que un político mártir para que Marhuenda publique con todo lujo de detalles que algún exaltado os ha partido la cara. Y no me gusta. Qué quieres que te diga. Prefiero vivir en una sociedad pacífica, tranquila y no en una jaula de hiperventilados pirómanos. Es cierto que después llegáis a los pueblos y convocáis a menos gente que una quedada de octogenarios vírgenes pero quizás sería el momento de que hagáis política y no numeritos patéticos. No me gustaría que Carrizosa escriba en TripAdvisor: cheñó, cheñó, ma caío una hochtia y y che me ha quedao un diente pegao en la echtanquera.
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