Estimado, o no, futuro:
Ya sé que resulta un poco raro escribirle una carta al futuro pero es que el presente es una mierda. ¿Para qué nos vamos a engañar? A veces tengo la sensación de que todo lo bueno que ha hecho el ser humano hasta la actualidad, ha servido de poco. Miguel Ángel tardó cuatro años en pintar la bóveda de la Capilla Sixtina; Beethoven compuso la novena sinfonía ya invadido por la sordera; Stephen Hawking, aunque tuvo que luchar contra la ELA, nos legó su brillante inteligencia. ¿Y para qué? ¿De qué nos ha servido escribir las páginas más brillantes, luchar contra los abismos con pintura y brochas, batirnos el cobre contra el silencio para llenarlo de música si la mediocridad, la ignorancia y la mala fe siguen plantando su semilla?
Cada vez me cuesta más reírme. El humor como arma, sí. La ironía como defensa frente al absurdo, también. Pero es que uno ya se queda sin fuerzas ante la indigencia intelectual como bandera, con ejército invasor de regalo. Y es que leo cómo este individuo se queja de que un andaluz hable catalán y se me revuelve el alma. ¿Qué sinapsis neuronales provocan que un tipo que no sabe ni colocar las comas, se sienta con la obligación de comunicar al mundo que le molesta que los andaluces aprendan idiomas? ¿Qué hay que hacer con esta gente para que no molesten, para que cierren su bocaza y no interrumpan el sueño de vivir en una sociedad mejor?
Futuro, dime que nuestros hijos no tendrán que luchar contra esta cerrazón mental, contra estos sistemas de creencias tóxicos que derraman su veneno por todos los espacios, contaminando tantos siglos de conocimiento humano. Necesito algo de esperanza, futuro. Dime que aún habrá poetas que rimen soledades, que aún concederemos importancia a las canciones de desamor y que querremos regalar a nuestras pupilas la belleza de los museos. Dime que seguiremos con un pie en el suelo y otro en la ficción y que creeremos en la capacidad de superación, en la posibilidad de comunicarnos o en la mirada que cuestiona injusticias.
Dime, futuro, que no estamos tan jodidos y que hay andaluces políglotas y que eso los hace mejores. Y que estos andaluces políglotas se avergüenzan de los tipos que perdieron toda posibilidad de ser felices en un mundo global que lo es todo. Un mundo en el que las lenguas unen y no dividen.
En fin, futuro, espero alcanzarte algún día. Hoy no me apetece reírme. Hazlo tú por mí cuando mires atrás y veas la época que nos tocó vivir.
Déjame, eso sí, que me despida con las palabras de Paul Tabory en su libro “Historia de la estupidez humana”: “algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal. Hacen el papel del tonto. En realidad, algunos sobresalen y hacen el tonto cabal y perfecto. Naturalmente, son los últimos en saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre aviso, pues la ignorancia de la estupidez equivale a la bienaventuranza”.
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