Estimado, o no:
Entre las múltiples aficiones raras que anidan en mi maltrecha inteligencia no tengo la de hablar con banderas porque supongo que, si luces la estanquera como foto de perfil, es que has preferido vincular tu identidad personal a una tela. Lo que quieres decirle al mundo es: “soy tan poquita cosa que delego en una bandera mi responsabilidad de deciros quién soy, acción que como todos saben hacemos los no nacionalistas, hombre ya”. Podría haber sido… no sé… un pepino, un spinner, un hueso de plástico para perros o un preservativo caducado. ¿Has escogido una bandera? Tú sabrás por qué. Entre una bandera y la calefacción, prefiero la calefacción. Soy más de ciencia que de chauvinismo.
No tengo la costumbre de hablar con banderas porque, al fin y al cabo, eso es lo que son: una tela, igual que pueden ser los calzoncillos. ¿Hablo yo con mis calzoncillos? Sólo si me aprietan. Tampoco mantengo una conversación en plan confesión cuatro de la madrugada y gin tonic en la barra del bar o les escribo cartas en mi blog, pero sí que hablo con ellos lo suficiente para que sepan que me tocan lo que no suena (eso sí, de manera literal y no metafórica). Por este motivo, aunque seas una tela que ondea al viento según la dirección de ese día, aunque acumules en tus hilos de algodón la contaminación urbana, aunque sólo tengas un valor simbólico como cualquier logotipo de cualquier marca de refresco, te escribiré esta carta. Porque me tocas lo mismo que los calzoncillos (afortunadamente de manera metafórica y no literal).
En un análisis sociológico de un nivel cuestionable dices que “si quieres independizarte, vete de casa de una puñetera vez en vez de seguir viviendo con tus padres”. Por un momento pensaba que hablabas del rey, que sigue viviendo en el recinto de la Zarzuela con sus padres. Debe ser porque como su existencia en el planeta Tierra es tan austera y campechana, quieren compartir el mismo Wi-Fi para ahorrarles dinero a los españoles. Si es que son tan majos los reyes. Es muy probable que hasta compartan cuenta de Netflix y vean juntos el programa de Marie Kondo para saber cómo ordenar un país.
Pues no, no te referías a los reyes. Tu metáfora doméstica se refería a los independentistas. Para que me entiendas, voy a hacerte un spoiler. En la película “Los otros” de Amenábar, los otros no son los muertos, sino los vivos. Pues lo mismo pasa aquí. Yo no me quiero ir de mi casa. Lo que quiero es que en la Delegación de Hacienda de Barcelona se construya una biblioteca, en la Delegación del Gobierno se abra un CAP i que en el cap de moltes persones s’obri la idea de que sou vosaltres qui ens heu de deixar viure en pau d’una punyetera vegada. Disculpa, al revés que a Albert Rivera, me ha salido el catalán que llevo dentro desde que nací. No sé, es una costumbre. Cuando alguien se pone una banderita española en su perfil de Twitter y me habla con condescendencia, prepotencia, autoritarismo o espíritu colonial, me sale el catalán que llevo incorporado de fábrica. Ves-te’n a prendre pel… ¿Lo ves? Me ha vuelto a salir el catalán. ¿Que te decía? Ah, sí, que no somos nosotros los que nos tenemos que ir sino que se tienen que pirar los que se autoconsideran padres de adultos con derecho a decidir, capacidad para construir un nuevo modelo de sociedad y toneladas de ilusión para huir de la mediocridad y de la falta absoluta de futuro. Quin cansament ja amb les lliçonetes dels homes-bandereta. Ups, otra vez.
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