La que he liado. He despertado al programador de televisión, el experto en mass media, al analista de big data y al tertuliano multiusos que todos llevamos dentro. Somos entrenadores de fútbol, analistas políticos, expertos en Venezuela y eminencias mundiales en cómo excavar pozos. Yo no sé por qué la NASA no pone ya una sede permanente en este rincón soleado del mundo porque, sin duda, reunimos todos las capacidades cognitivas más brillantes del planeta. Vamos a ver, señores que lo sabéis todo sobre el mundo de la comunicación y que me habéis dado el coñazo durante toda la tarde, mi opinión es muy simple, sencilla, ingenua si queréis, pero fácil de entender: Netflix y Movistar ofrecen calidad, pagando. Sí, Netflix tiene una relación calidad/precio sensacional. No es una plataforma cara. Pero hay que tener en cuenta dos cosillas:
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Además de Netflix hay que pagar el acceso a internet y eso ya no es tan barato, sobre todo si tenemos en cuenta el punto número 2.
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En España hay 10,2 millones de personas que poseen una renta que se encuentra por debajo del nivel de pobreza. Además, y para vergüenza de todos, España es el país de la UE con mayor número de trabajadores pobres. ¿Se entiende que el acceso a televisión de calidad supone un coste económico que no todo el mundo puede afrontar? ¿Se entiende que la televisión en abierto es la única posibilidad de distracción para muchas personas que bastante problema tienen para llegar a fin de mes?
Mi tesis (que no ganará ningún premio a la inteligencia) es que poco a poco se irá produciendo una brecha entre aquellas personas que puedan acceder a un consumo audiovisual de calidad y las que reciban la dosis diaria de telebasura en forma de cotilleos, gritos de famosetes sin más mérito que una bragueta inquieta, apologetas del insulto, mentirosos compulsivos con carnet de periodista y carroñeros que montan el circo mediático allí donde haya una tragedia. Porque sin ánimo de cargarme a toda la oferta de la TDT, mi opinión es que no ha aportado demasiado al aumento de calidad. Ha fragmentado la audiencia, ha dividido el pastel publicitario en pedacitos más pequeños pero no está contribuyendo a la democratización de la calidad. Es mi opinión. Puedo estar equivocado pero es mi opinión. ¿Cuál es el problema? Que la solución es tan compleja, tan difícil, tan lenta y tan necesitada de paciencia que no cabe, no ya en un tuit, sino en una enciclopedia escrita por psicólogos, sociólogos y expertos en comunicación. Me dice el sabelotodo que las bibliotecas son gratuitas. Cierto. Pero díselo a los 600.000 analfabetos que hay en España, díselo también al sistema educativo, ya que España es el segundo país de la Unión Europea en fracaso escolar, con una tasa del 19% de jóvenes entre 18 y 24 años que han abandonado prematuramente el sistema educativo, habiendo completado como mucho el primer ciclo de Secundaria y no habiendo recibido ningún tipo de formación en el último mes. Quizás no seamos todos tan cultos y tengamos tantas posibilidades como para poder y querer ver un episodio interactivo de Black Mirror en una tablet. Porque sí, me encantaría que la población fuese más culta y tuviese más criterio para preferir un documental de calidad o una serie de David Simon o Aaron Sorkin, antes que el triste espectáculo del dolor ajeno en forma de rescate a un niño. Sería genial. Lo que pasa es que:
a) no es así y
b) los peores programas de televisión basura los he visto de cadenas públicas de Dinamarca u Holanda (invito a todos a asistir a la cita anual con el Miniput). Son países cultos, ¿no? Se supone que no eligen morbo y sensacionalismo. Buscad en Google programas holandeses como Benefits Camp o The big donor show. Echad un vistazo al programa danés Blachman en el que dos machos alfa comentaban el cuerpo desnudo de una mujer que tenían delante.
Pues eso, que las cosas no son tan sencillas, que nos pensamos que por abrir más bibliotecas todos nos volveremos más tolerantes, críticos y controlaremos más al poder. Y mientras, la ultraderecha crece en Europa y Trump se hincha cada noche de Big Macs en la Casa Blanca.
Creo en el audiovisual (supongo que por eso llevo treinta años en él). Creo que en esta sociedad panóptica puede ser un instrumento muy potente de transformación social. Creo que la televisión genera marcos mentales. Creo que le tenemos que exigir mucho más a la televisión en abierto (a la pública y a la privada). Creo que los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad social. Creo que todo el mundo, independientemente de sus recursos económicos, culturales, etc, tiene derecho a unos medios de calidad. Creo que es ahora, y no en los noventa, cuando se ha privatizado realmente la televisión y cuando se puede producir esa brecha (que ya se ha abierto en otros ámbitos). Y sobre todo, creo que todo esto no me cabía en un tuit.
Y ahora es cuando todos podéis opinar lo que os dé la gana. Yo no tengo la solución para garantizar que mi hija viva en una sociedad culturalmente inquieta, ideológicamente exigente, vocacionalmente crítica y ansiosa por controlar al poder. No tengo la solución para que sea más conocida Lena Dunham que Belén Esteban o Sarah Silverman que Arévalo. No la tengo. Ni puñetera idea. ¿Vosotros sí? Pues enhorabuena.
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