Por si mañana te olvidas de que eres humano

14. 21-5-18

Lo intento. Cada día. Desde que suena el despertador intento no perder la esperanza en el ser humano. Intento no gritar “sálvese quien pueda” y salvarme primero. Lo intento. Con todas mis fuerzas. Miro a mi hija, desperezándose en la cama y entonces es fácil. Recuerdo que la vida se ha de vivir intensamente, sobre todo cuando el espejo te devuelve la urgencia de los días que se van, cuando los cincuenta pesan y el tiempo se convierte en un enemigo al que combatir. Lo intento. Cada día. Intento incluso no perder la esperanza en ese país que no me quiere o, mejor dicho, sí me quiere: sumiso, callado, obediente. Pero me cuesta. Y leyendo lo que escribes en Twitter aún más.

No os ha llegado lo que sucedió el 1 de octubre en Catalunya. O no lo habéis visto o no lo habéis querido ver. Por eso prefiero pensar que escribes desde la ignorancia y no desde la mala fe. Me niego a creer que haya tanta maldad detrás de la rojigualda. Prefiero pensar que os han secuestrado la información y que “ojos que no ven, corazón que no siente”. Ojalá sea así. Deseo que tengas la suficiente empatía como para ponerte en la piel de un niño que ve cómo golpean a su padre, en la cadera de un anciano que cae al suelo a causa de esa Guardia Civil que tanto proteges o de la pérdida de visión de un joven que recibe el obsequio afectuoso de una pelota de goma en el ojo. Quiero creer que aún eres capaz de adivinar el dolor en otra persona. Necesito tener la esperanza de que aún hay algo de empatía en tu mente y que no ves a los independentistas como un ente extrahumano al que infligir dolor y también aniquilar. Dime que no es así. Por favor. Necesito saber que hay personas más allá de las cuentas de Twitter. Detrás de los muros digitales de las redes sociales debe haber humanidad. No estamos tan mal, ¿no? No se nos ha ido tanto la olla como para desearle a los demás dolor y muerte, ¿no?

Lo intento. Cada día. Desde que suena el despertador quiero sentir que mis seres queridos estarán seguros y que la vida no nos va a borrar a causa de ninguna paranoia colectiva. Y me rebelo frente a la injusticia de soportar comentarios como el tuyo. Intento transformar la rabia en textos porque las palabras no causan hematomas, no rompen caderas, ni vacían ojos. Y siento que sólo me quedan las palabras, una tras otra, como una hilera de deseos para aquellos que tanto quiero. Y pienso que mañana saldrá el sol, sonará el despertador y en el último sueño de mi hija aún habrá espacio para un poco más de humanidad.

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