Algunos de nuestros vecinos están locos

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Estimado, o no:

Estoy convencido de que en la vida hay cuatro o cinco actividades que sabemos realizar muy bien. Es importante que alguna coincida con nuestro trabajo, el cual no deja de ser una forma de contribuir a la sociedad. Cedemos nuestro tiempo, nuestra formación, nuestra experiencia y nuestro talento a cambio de dinero que, a su vez, intercambiamos por el tiempo, la formación, la experiencia y el talento de otras personas. Ese tiempo, esa formación, esa experiencia y ese talento nos convierten en expertos en algo.

Lo más maravilloso de todo es que podemos ser expertos en cuatro o cinco actividades diferentes. Así, encontrarás expertos en literatura tailandesa, en el clavicémbalo, en la sexualidad de los escarabajos, en las petunias o en el Buzkashi, que es el deporte nacional en Afganistán. Eso es un reflejo de dos cosas: la extraordinaria riqueza de la vida en este planeta y el efecto de la pasión que ponemos en conocer, en investigar y en descubrir, por muy raro que sea el objeto de nuestra atención. Eso sí, por si acaso, a mí no me apetece conocer a personas que sean expertas en aparatos de tortura medieval, a personas que realicen coaching emocional a miembros del Ku Klux Klan o a personas que dediquen su tiempo en averiguar cuánto tiempo pueden mantener la mirada fija en un póster de Hitler. No sé… me dan mal rollo. Porque, de todas las actividades, oficios, medios artísticos, animales, flora, costumbres y tradiciones que nos ofrece la vida, qué quieres que te diga, no tengo el más mínimo interés en perder el tiempo escuchando la charla de una de estas personas. Quizá sean buena gente, no lo descarto. Quizás el experto que ha dedicado toda su vida en averiguar cómo se torturaba a las personas en el siglo XII, sea un ciudadano modélico que paga sus impuestos, tira la basura en el contenedor correspondiente y reparte amor allá por dónde va, pero… no sé… llámalo prejuicios, si quieres,  prefiero mantenerme lejos de su pasión. Imagínate que te invita a tomar un café en su casa y te ofrece la posibilidad de bajar a su mazmorra. Mal rollete, ¿no?

Por esta razón, creo que prefiero mantenerme lejos de ti. Alguien que se sabe el calibre de las balas del ejército y que publicita al mundo (bueno… a sus 32 seguidores) sus deseos de disparar a quienes no piensan como él, es alguien de quien es mejor mantenerse alejado. Claro, si este país funcionase bien, ya no deberías tener cuenta en Twitter y el juez habría actuado para que pasases un urgente examen psiquiátrico. Pero eso sería si este país funcionase bien. Los que se sirviesen de las redes sociales para exteriorizar su odio no tendrían acceso a un servicio que, aunque lo garantizan empresas privadas, sigue siendo público. Y los desequilibrados estarían bajo tratamiento para garantizar a la sociedad su seguridad. Repito, eso sería en un país que funcionase bien. Y como ya hace tiempo que he perdido toda esperanza de que España funcione bien, prefiero versionar a un gran pensador: ¿qué necesitamos de un psiquiatra? Ya sabemos que algunos de nuestros vecinos están locos. El filósofo es Homer Simpson.

#Àlex_Ribes

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