Estimada, o no, Diana:
Tengo cierto rechazo a los chupitos de cianuro, a unas vacaciones junto a Fernández Díaz y a las frases que empiezan con “los catalanes son…”. De lo que ya no estoy tan seguro es qué situación puede ser más venenosa. En todo caso, una frase que empiece con “los catalanes son” suele acabar con algo parecido a un exabrupto (para tu información, Diana, exabrupto no es una enfermedad producida por la carencia de Vitamina C. Eso es el escorbuto). Pero no nos desviemos del tema porque acabaremos hablando de enfermedades del tipo “no encuentro novio y por eso me voy a la tele”.
Lo que te decía, la frase “los catalanes son…” es un poco como la afirmación “pillarse los huevos con la tapa del piano es…”. Ambas suelen acabar mal y ambas tocan bastante lo que vendrían a ser los testículos (para qué nos vamos a engañar). Si inicias la frase con un “los catalanes son…” es muy probable que aparezca el indigesto/empalagoso/vomitivo/laxante sociólogo que todos llevamos dentro y que espera a salir para que parezcamos cultos (sí, exacto, he dicho parecer). Esta frase suele acabar en según qué ambientes con palabras como tacaños, agarrados, nazis, norcoreanos, fascistas, cazurros o cerrados. De alguna manera, es como un comodín para tertulias carajilleras. Si empiezas la frase con un “los catalanes son…” ya tienes a la audiencia pendiente de lo que digas. Es como si te despelotas, te subes a una mesa y empiezas a bailar “Los pajaritos”. En ambos casos el resultado será patético pero ya sabes que has enganchado a la audiencia. Es como si Kiko Rivera apareciera en un programa de televisión y dijera: “hoy vamos a hablar de literatura”. ¿Quién será el guapo que cambie de canal con semejante promesa de diversión?
Yo les tengo mucha manía a estas frases. Y me da igual de quién se esté hablando. Decir “los madrileños son…”, “los homosexuales son…”, “los musulmanes son…” o “los coleccionistas de tacitas de porcelana son…” es una muletilla pseudointelectual que suele constituir la verbalización de una fobia, de una obsesión. Mira, Diana, los catalanes somos muchas cosas. Entre siete millones y medio de personas puedes encontrar lo mejor y lo peor del ser humano. Somos altos o bajos, gordos o flacos, tacaños o generosos, de izquierdas o de derechas. Podemos ser los más grandes hijos de puta del universo o las personas más extraordinarias. Pero eso no tiene nada que ver con el hecho de ser catalán. La geolocalización de un nacimiento no está relacionado directamente con el carácter. Excepto si naces debajo del Dragon Khan porque quizá te dé por ser un poquito nervioso (gracias Woody Allen por el chiste).
Lo que has de hacer es enamorarte de un catalán. Déjate llevar por la música de una gralla cuando tengas sexo. Que te haga un “3 de 10 amb folre i manilles” con tus piernas y te lea a Martí i Pol, como decimos los catalanes, “a cau d’orella”. Cuando quedemos para que te explique cuáles son las dos mejores universidades de este país, cuántos idiomas habla un niño o niña de primaria en Catalunya y cuál es la comunidad que más turismo internacional recibe, me cuentas cómo te ha ido el folre y las manilles. ¿Oyes ya la gralla?
Diana es participante del programa “First Dates” de Cuatro.
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