Estimada, o no, Grayling:
Odio. Horrible palabra, ¿no? Sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo, dice la definición. Es curioso pero no recuerdo haber aprendido a odiar en ningún sitio. En el boletín de notas del colegio no consta ninguna asignatura de “odiología”. Tampoco recuerdo a ningún profesor que intentará construir en nuestras mentes infantiles un sistema de creencias basado en el odio. Sí que recuerdo a profesores que pusieron todo su empeño en que amara la filosofía, las matemáticas o la literatura, pero me resulta imposible que la memoria me devuelva a alguien que me insistiera en la necesidad de odiar a algo o a alguien.
El dolor nos protege. Si somos conscientes de que acercar la mano a una llama no resulta una experiencia divertida, es muy probable que eliminemos la tentación de quemarnos. Pero, ¿el odio? ¿De qué nos protege el odio? ¿De qué manera nos permite crecer, disfrutar de la vida, establecer relaciones con otras personas, enamorarnos o poner nuestras energías en proyectos vitales?
Sin ningún ánimo de juzgarte, déjame que diga que me parece curioso que odies una lengua. Lengua. Preciosa palabra, ¿no? Sistema de comunicación verbal y escrito, de convenciones y reglas gramaticales, empleado por las comunidades humanas con fines comunicativos. Digo esto porque me parece sorprendente que odies los nombres, los verbos, los artículos, los adjetivos, los pronombres o los adverbios del catalán. Creo que uno puede odiar el queso por su olor, despertarse a la seis de la mañana para ir a trabajar, los espacios cerrados, las alturas, que te duelan las cervicales, los palos de selfie, las sandalias con calcetines, la sangría de los chiringuitos de playa o el reggaeton que suena en el móvil de alguien en el primer tren de la mañana pero, ¿odiar una lengua? Es raro.
Hay una web que se llama Tuodio.com.ar cuyo lema es “el sitio para compartir las cosas que odias”. Si efectúas una lectura a los comentarios de los usuarios, te darás cuenta de que es un enorme museo de frustraciones. ¿Quieres ejemplos?
Odio con todo mi corazón q mi esposa. Lo único que sabe hacer es reclamar sin razón. Lo único que ve en mi son defectos y ninguna cosa buena. Ya estoy hasta el carajo de sus reclamos y peleas.
Odio a todo el mundo,muy pocas personas me conocen bien, ademas en mi familia soy el unico que hace bien las cosas y no me lo reconocen, uhy me dan ganas de gritar y destruir todoooooooo.
Odio a la gente que hace las cosas con lentitud, maneja lento, habla lento por telefono o cuando trata de contar algo lo hace lento y eternoooo.
Sí, ya lo sé: el primer usuario necesita un divorcio, el segundo algo de cariño y el tercero una cura antistress en un balneario. Pero, más allá de estas necesidades, ¿de qué les sirve el odio sino para alimentar aún más el monstruo que llevan dentro?
Dijo Graham Greene que “el odio no es más que carencia de imaginación”. Por eso, antes de despedir esta carta, déjame que te pida algo. Imagínate una habitación a la luz de las velas, la temperatura es ideal, las cortinas se mueven suavemente con el viento, la música que suena en os altavoces es suave y romántica. La sábanas de la cama son suaves, tu cuerpo desnudo se mece entre las olas del deseo. Se acerca tu pareja y te susurra algo en el oído mientras el vello se te eriza cargado de lujuria. Lo que te susurra tu pareja en el oído es un poema de Martí i Pol:
Tot en l’amor s’emplena de sentit.
La força renovada d’aquest cor
tan malmenat per la vida, d’on surt
sinó del seu immens cabal d’amor ?
És, doncs, sols per l’amor que ens creixen
roses als dits i se’ns revelen els misteris;
i en l’amor tot és just i necessari.
Creu en el cos, per tant, i en ell assaja
de perdurar, i fes que tot perduri
dignificant-ho sempre amb amorosa
sol.licitud : així donaràs vida.
Lo que venga después te lo dejo a la imaginación, que siempre es más útil que el odio. Disfrútalo.
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