Estimado, o no, Jesús:
Aunque algunas personas estéis en esa frontera que separa lo humano de lo divino (y aunque a veces parezca más un socavón que una línea etérea e intangible), permíteme que desde la humildad de mi condición terrenal te haga una recomendación. Una vez comprobado que has calculado el algoritmo que identifica el valor que tienen las diferentes vidas, dependiendo de si pertenecen a toreros, rojos, españolazos de pulserita con la bandera, cantantes de copla, votantes de Podemos, independentistas, librepensadores, cantantes de Cara al Sol u otros ejemplos de ciudadanos, creo que te resultaría muy beneficioso abandonar tu vocación para convertirte en el primer párroco game designer. No es ninguna broma. Tengo muchos amigos con unas creencias religiosas parecidas a las tuyas a los que jamás se les ocurriría poner en valor una vida y mucho menos compararlas con otras. Son personas que comparten un sistema de creencias basado en el respeto, la justicia, la libertad y el amor al prójimo. Valores que no tienen nada que ver con tu algoritmo.
Además, tu integración laboral en la creciente industria española de los videojuegos lograría en tu caso una perfecta inserción social ya que te moverías en el terreno de lo virtual. Y es que, no te imagino trasladando un mensaje de paz y fraternidad a tus feligreses partiendo de semejantes afirmaciones. Es mejor que te quedes en la virtualidad de los videojuegos, donde personajes como Mario, Sonic, Link, Kratos o Kirby sufren percances ficticios, alejados de esta realidad en la que no siempre resulta agradable gozar del maravilloso regalo de la vida.
Y si diseñar videojuegos no te acaba de llenar profesionalmente, siempre puedes volver a leer uno de los libros más influyentes de la cultura occidental. Por ejemplo, puedes empezar por este fragmento:
Pedro 3:10-11
Porque:
el que quiere amar la vida
y ver días buenos,
refrene su lengua de mal,
y sus labios no hablen engaño;
apártese del mal, y haga el bien;
busque la paz, y sígala.
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