España tiene un 40% de ciudadanos que no lee libros. Uno de los países del mundo con una creación literaria más prolífica y con mayor calidad, lee poco. Uno de los países con una de las lenguas más habladas, lee muy por debajo de lo que sería deseable. Si el cálculo se limita a los dos tercios que leen, la media es de 8,6 libros al año. En Finlandia es de 47. ¿Por qué? No lo sé. No tengo respuestas.
Lo cierto es que parece existir un desprecio demasiado elevado por la expresión escrita y eso resulta muy preocupante. Leer activa el pensamiento abstracto y éste se encuentra muy relacionado con la imaginación, con la creatividad. Un país que no lee es un país que desprecia las palabras y, con ellas, la comunicación, las ideas y todo aquello que nos hace progresar.
¿Los españoles prefieren las tertulias televisivas como marco referencial para su construcción de la realidad? Seguramente una respuesta afirmativa nos abocaría a lo apocalíptico, solución muy empleada precisamente en las tertulias. Por eso me voy a permitir la licencia de no responder. No sé por qué no parece existir un consenso generalizado por el inmenso placer de la lectura (y ya no digo por el de la escritura). Tengo mis teorías pero intentaré que no salga ese sociólogo low cost que la mayoría tenemos en nuestro interior. Lo cierto es que de un país en el que algunas industrias culturales tienen un 21% de IVA poco se puede esperar, sino un total desprecio por las humanidades. Son precisamente las humanidades las que nos dotan de humanidad. La lengua escrita, oral, la capacidad para comunicarnos, las sinergias que establecemos con otras comunidades de intereses, la tendencia a negociar, la fuerza de las palabras, el placer de la estética, las emociones que tejemos con verbos, adjetivos, frases, rimas, metáforas… ¿No es eso precisamente lo que permite construir sociedades democráticas y cohesionadas? ¿No somos mejores cuando nos vestimos con palabras y no con gritos onomatopéyicos que nos acercan a la peor versión de nosotros mismos?
Comprendemos el mundo a través de las historias. Siempre ha sido así. Mucho antes de la invención del cine, de la televisión, de la radio; mucho antes de la invención de la escritura, el ser humano necesitó comunicarse. Y de esa necesidad surgió la narrativa. Los libros son mapas de nuestras relaciones humanas. En esas hileras de palabras está nuestra geografía particular y despreciarlas es minusvalorar nuestra capacidad para construir nuevos mundos.
Nunca aconsejo nada a nadie que no me lo haya pedido. Me parece deshonesto y prepotente. Sin embargo, voy a hacer una excepción. He aquí mi consejo del día: antes de poner un móvil en la mano de tu hijo, ponle muchos libros. Déjale que entre en el alma de muchas personas a través de las palabras, que se emocione, que se sorprenda, que ría o llore, que pase miedo si es necesario porque todo eso le recordará algo muy importante: que a pesar de toda la polución intelectual que le rodea, sigue siendo humano.
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