Estimado, o no, Arturo:
Resulta difícil definir qué es el cuñadismo. ¿Un estilo de vida? ¿Un deporte? ¿Una secta? Quizá lo sea todo a la vez. El cuñadista es una persona que lleva en su interior a un sociólogo, a un economista, a un politólogo, a un psicólogo y a un experto en compras baratas por internet y que, especialmente en las tertulias de sobremesa, los hace aparecer como surge el monstruo en Alien: sacando la cabecita y saliendo a la carrera para terror de quienes le rodean.
El cuñadista fabrica frases del tipo: “a los inmigrantes les regalan un coche y una casa”, “las mujeres conducen peor, lo dicen las estadísticas”, “los catalanes son muy suyos” y “me voy de vacaciones a Austria para ver canguros”. Y es que el cuñadista avanzado es experto en todo aunque su lectura más larga haya sido las instrucciones del televisor que se compró en Amazon.
El cuñadismo, con su enorme poder de seducción, se ha infiltrado en todas las capas de la sociedad, en todos los estamentos, en todos los territorios. Forma parte de la estrategia ideológica de políticos, intelectuales, periodistas, entrenadores de fútbol y, por supuesto, de cuñados pesados de los que te dan la sobremesa con soflamas fachas (esos son los peores).
Sorprende, Arturo, que te hayas convertido en un cuñadista. Ya sé que Twitter te puede llevar a pensamientos excesivamente irreflexivos y que a escritores como tú les puede provocar que realicen construcciones gramaticales de segundo de primaria pero es que tu tuit es de cuñadismo nivel Jedi Proficiency.
Ya sé que confiar que este tipo vote con criterio puede parecer utópico (también que llegue a jugar con la selección):
No obstante, todos tenemos derecho a voto y el voto posee el mismo valor para todos. Y sí, los analfabetos votan y votan a candidatos que quizá no coincidan con tu preferido. Y sí, hay políticos sinvergüenzas pero no todos lo son. Y sí, la sociedad perfecta sería aquella en la que no existieran analfabetos, ni sinvergüenzas. Pero, sobre todo, la sociedad perfecta sería aquella en la que los cuñadistas no tuvieran 1.600.000 seguidores en Twitter y no concediera espacio a ningún bloguero cuñadista que lo recordara.
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