Estimado, o no, Javier:
Hay tres tipos de personas con las que no me iría de vacaciones: las que coleccionan fascículos de aviones de guerra, las que los leen y las que mencionan a Hitler a la menor oportunidad. Hay, además, un cuarto grupo de personas de las que no me gustaría recibir la orden de excavar en su jardín: aquellas que coleccionan fascículos de guerra, los leen y mencionan a Hitler a la menor oportunidad. Por eso, no puedo evitar hacerte una pregunta: ¿te gustan los fascículos de aviones de guerra? Si es así, no se te ocurra plantar geranios. Uno empieza a hacer agujeros y no se sabe lo que puede salir.
Qué obsesión que hay con Hitler últimamente, ¿no? Empiezo a tener la impresión de que vivo en un país lleno de expertos en el nazismo y, qué quieres que te diga, la cosa acojona un poquito. ¿Sería mucho pedir que los expertos en Picasso, en Mozart o en Machado tuvieran un poco más de espacio mediático para compensar? Es que el tema cansa un poquito. La lista de malos en la historia de la humanidad es enorme. Ya va siendo hora de que le pongáis un poquito de imaginación. ¿Por qué no empleáis de símil chungo a quien inventó el reggeaton?
Dices que Hitler no fue un dictador porque fue elegido democráticamente. O sea que Vito Corleone no es un mafioso porque su familia le quiere, Rato no robó porque fue el elegido para presidir Caja Madrid y Alberto Chicote no está gordo sino que lo que le pasa es que tiene el tórax bajo.
Hitler fue un dictador, cruel, despiadado, psicótico y sociópata. ¿Lo dudas? Los franceses, los holandeses o los polacos vivían muy tranquilos en sus países. Los judíos, los gitanos, los homosexuales o los deficientes mentales también vivían muy tranquilos hasta que a este “socialista convencido” le dio por hacer bolos en su gira por Europa.
En fin, Javier, que ya cansa el temita, que lo de mencionar a Hitler para compararlo con algo está muy visto, que ya no cuela, que nos rodea tanta demagogia que, al final, pareceremos todos los personajes de un telefilm de sábado por la tarde. Me temo que, la próxima vez que alguien mencione a Hitler, empezará a sonar una música no diegética de violines que nadie sabrá dónde están.
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