Los señores del bigotito siguen ahí, agazapados, esperando su oportunidad. No se han ido los señores del bigotito. Jamás han renunciado a los beneficios del pasado, a los réditos de aquella victoria injusta. Los discursos han cambiado. Se han llenado de palabras nuevas que disfrazan ideas viejas. Pero los señores del bigotito utilizan cualquier excusa para demostrarte que aquí quien manda no eres tú.
Me juego lo que sea a que conoces a muchos señores del bigotito que lucen orgullosos ese intento de mostacho anémico. Dibuja sobre sus labios la línea que trazó aquel salvapatrias de voz aflautada y gesto adusto. Los señores del bigotito quieren ser él. Sueñan con ser él. Salvar el país de la horda de enemigos que cuestionan la atávica visión monolítica se ha convertido en su única misión. Tienen la franquicia de la libertad aquellos que mataron por ideas, se aferran como un perro a su hueso a una democracia que siguen mancillando, te expulsan pero te quieren dentro, te amenazan pero tienen la piel muy fina, se ofenden los que insultan, pero, sobre todo, te recuerdan que tú les perteneces. De alguna manera tú eres suyo. No así tu cultura o tu lengua que quieren invisibles. No molestes. ¿Para qué quieres tu lengua materna si es minoritaria? Usa la mía. No seas maleducado.
Te imponen sentimientos los señores del bigotito. Marca el paso. Mira al frente. No silbes. No protestes. No te muevas. Ya pienso por ti. Ya siento por ti. Soy un enviado divino en una misión. ¿Lo has olvidado? Súbdito. Indígena. Yo ordeno. Tú obedeces. Es lo natural aquí. Es la tradición y no la vamos a cambiar ahora.
Los señores del bigotito se juntan con otros señores del bigotito. Y escriben libros. Y sientan sus culos en tertulias incendiarias. Tienen cadenas de televisión y radio. Abusan del Photoshop en portadas mentirosas. Se les llena la boca de improperios en cuanto tienen ocasión. Son machistas, homófobos. Son la psique de la derrota intelectual, la fracción del alma de un país que no sabe ser mayor. Son los artífices de la robolución. Lo tuyo es mío. Lo mío es mío. Privaticemos beneficios. Es la libertad de mercado, ¿no? Socialicemos las pérdidas. ¿No queríais estado del bienestar? Es el precio a pagar. Es peor ser rico. Ya, decimos, imaginaros la miseria, cabrones.
Los señores del bigotito no se han ido. Están ahí. Y se les distingue por un signo: ya sabes, el puñetero bigotito anémico que trazó aquel asesino en el inconsciente colectivo.
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