La dictadura de la mediocridad

envidia

Estoy harto. Qué queréis que os diga. Estoy muy harto. Ya no soporto la dictadura de la mediocridad. Nos tiene encadenados a lo políticamente correcto y lo políticamente correcto, precisamente, constituye uno de los principales males de nuestra sociedad. Hay temas que no se pueden tocar, se han convertido en tabúes sociales que algún día deberíamos superar. Y uno de estos temas es la incultura. Vaya por adelantado que no me considero una persona culta. No lo soy. No soy capaz de hablar de muchos temas más de cinco minutos seguidos. Es cierto. No, no soy una persona culta. Tengo muchas lagunas. Y sí, he tenido suerte porque mi generación tuvo acceso a la educación. Y sí, en mi defensa también he de decir que me he pasado muchas horas hincando codos, leyendo, visitando museos y exposiciones, viendo películas y obras de teatro, para que esas lagunas no me hagan sonrojar. No soy un héroe. Millones de personas en nuestro país lo han hecho, lo hacen a diario. Y lo han hecho o lo hacen a diario, entre otras razones, por placer. Y su curiosidad, sus ganas de aprender, sus deseos de mejorar en una carrera profesional, hacen de esta sociedad una organización mejor. Y sí, millones de personas en su humildad y en su discreción, tienen ganas de comerse el mundo, de apreciar la belleza, de experimentar el placer estético de una pintura, una música, un espectáculo o, simplemente, la conversación interesante de alguien. Y sí, afortunadamente el acceso a la información es público, abierto y sencillo. La cultura no está en los monasterios como en la Edad Media, circunscrita a un grupo de elegidos. Hay escuelas públicas, bibliotecas públicas y wifi gratis para buscar información y adquirir algo de conocimiento sobre lo que nos rodea. Por eso, y por muchas otras razones, estoy harto. Estoy hasta las mismísimas pelotas (y perdonadme el tono) de que convirtamos en dioses mediáticos a los cuatro impresentables gritones de siempre dispuestos hasta a vender ecografías por sus cinco minutos de fama en cualquier programa de telebasura, cuando no han adquirido más mérito que casarse con un torero. No soporto a los tertulianos mercenarios que repiten una y mil veces los cuatro o cinco tópicos con los que sustentan su odio. No aguanto más el discurso intelectual de muchos de los políticos que se supone que nos representan. No es normal, repito, NO ES NORMAL, que un presidente de gobierno tenga tantos laspsus. No es normal. Ni aquí, ni en ningún país. Y no digo que sea más o menos culto o inculto. Intento decir que alguien que representa a más de 40 millones de personas debería tener una altura intelectual muchísimo mayor. ¿Y la europea? ¡Por favor!

Y no, no creo que España o Catalunya sean territorios en los que la incultura campe a sus anchas. No lo creo. Es cierto que los índices de consumo cultural son mejorables si los comparamos con otros países, pero no me quiero dejar llevar por ese pesimismo vital que nos inclina a pensar que somos peores de lo que en realidad somos. Lo que sucede es que nos están ganando. Están imponiendo la dictadura de la mediocridad. Y cuando no puedes criticar que una chica joven no sepa que la historia del Titanic es cierta, es que algo falla. Cuando no puedes denunciar la xenofobia, el racismo, la homofobia o la catalanofobia, aunque sean claramente actitudes que proceden de la indigencia intelectual, algo falla. Cuando nos sabemos el nombre de todos los famosos, famosetes y famosillos del arco parlamentario de “Sálvame” o de “Gran hermano” y, en cambio, desconocemos el nombre de los grandes científicos que han tenido que irse a trabajar al extranjero, porque carecen de interés político y/o mediático, algo va fatal. Cuando tienes que soportar que la televisión pública ofrezca millonadas a personajes como Bertín Osborne y no convoque oposiciones para que nuevas generaciones de periodistas jóvenes, salidos de la facultad, con sus cuatro años del grado, y másters, y Erasmus, y cuatro idiomas, y toda la ilusión del mundo, puedan acceder a la profesión, por lo menos en igualdad de condiciones que un cantante de rancheras, no es que algo va mal, es que todo es una puñetera mierda. Y, sobre todo, que no puedas decir todo esto sin que te acusen de demagogo, cuando es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, es que la dictadura de la mediocridad se ha impuesto.

No podemos saberlo todo. Nadie lo sabe todo. No podemos ser, a la vez, historiadores, matemáticos, físicos, biólogos, abogados, arquitectos, mecánicos, albañiles, informáticos, comerciales, artesanos o empresarios. Cierto. Pero sí PODEMOS TODOS TENER INTERÉS en adquirir nuevos conocimientos, en viajar, en apreciar la diversidad como un valor y no como una amenaza, en experimentar el inmenso placer de la música, en meter nuestra nariz en un libro, en ver a los demás como experiencias humanas únicas e irrepetibles. ¡Y aunque sólo sea por eso, desde mi humildad, desde mis inmensas lagunas, sólo puedo gritar que estoy harto de la puñetera, dañina, perjudicial, asfixiante y castradora dictadura de la mediocridad! Ya está. Me he quedado a gusto. Lo tenía que decir.

Àlex

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