Hola, me llamo Àlex y tengo dos testículos. Bueno… no soy muy bueno con las matemáticas pero creo que no me he descontado. También tengo un pene. Venía con los testículos en una de esas ofertas 2×1. No me siento más orgulloso del pack mencionado de lo que puedo estar del páncreas o del hígado. Simplemente estaban ahí cuando nací, me han acompañado durante este largo viaje y sólo les he hecho cómplices y responsables de mi vida sexual compartida y de ese maravilloso regalo que es mi preciosa hija. Pero antes de continuar con esta presentación, déjame que abra un pequeño paréntesis. He leído en el Google que las neuronas y sus correspondientes sinapsis se hallan en el cerebro que, a su vez, está en el interior del cráneo. También he leído que en las mujeres sucede igual. Digo esto para aclarar que intento no pensar con la polla ni, por supuesto, escribir con ella. Ni metafórica, ni literalmente. Metafóricamente, porque procuro (espero que con un alto porcentaje de acierto) que las involuntarias dosis de testosterona que segrega mi cuerpo no afecten a mi visión de la realidad y, literalmente, por motivos obvios (sobre todo, cuando quiero pulsar dos teclas a la vez al escribir la palabra burdégano con tilde, que no sé qué significa pero que, como insulto, suena bien). Cierro paréntesis.
Tengo la típica barba “modenna” de cuatro días; vello en las piernas, brazos y pecho y una extraña dificultad para hacer dos cosas a la vez (siempre que no sea escuchar a Rajoy y partirme la caja). En resumen, soy lo que técnicamente se conoce como hombre. Prometo que no lo elegí. No estuve en la mesa de negociación cuando el azar genético se posicionó sobre mi sexo. En realidad, tampoco intervine directamente en el proceso de fecundación. Digamos que pasaba por allí. De hecho, soy producto del elevado tanto por ciento de error del Método Ogino-Knaus. Vaya pedazos de troll ambos ginecólogos.
En definitiva, un 6 de septiembre, me colé descaradamente en esta fiesta. Eso sí, me vi expelido al mundo y a la vida, en las mismas condiciones de elección que un berberecho. El caprichoso azar biológico quiso que, en vez de pasar la mayor parte de mi existencia corporal en una lata de conserva, ahora esté escribiendo este blog. Quizá consideres que el azar fue un gran cabrón con el mundo ya que como berberecho podría haber contribuido más a la felicidad de la Humanidad que con mis escritos. No sé… en todo caso, también quiso el azar que fuese catalán. Y en eso sí que fui afortunado.
Total: soy hombre y no voy a pedir disculpas por ello porque no lo elegí.
Además, creo que soy heterosexual. Digo “creo” porque nunca he tenido ninguna relación homosexual, aunque intuyo que no me gustaría. Y mira… antes de hacerle un feo a nadie, prefiero no probarlo. Cuestión de cortesía. Tampoco voy a pedir disculpas por ser heterosexual. La aplicación venía con el hardware de la oferta 2×1 que he mencionado antes. Sin embargo, estoy a favor de que otras personas utilicen su hardware con otros softwares. Me he hecho un lío informático, creo.
Resumamos, de momento: soy un hombre heterosexual.
Vayamos ahora a analizar aquello que no acabo de comprender bien, a causa de mis limitaciones (limitaciones, por cierto, que van más allá de que sea hombre heterosexual. Soy cortito… y punto). No sé quién conduce mejor, si los hombres o las mujeres. No sé quién cocina mejor. No sé quién sabe leer mejor los mapas. No sé quién es capaz de dar más amor a los hijos. No sé quién plancha mejor, quién sabe manejarse mejor con esa alta tecnología que es la lavadora o quién se lleva peor con las columnas del parking. No sé quién es más sensible, quién demuestra más empatía ante otros seres de aspecto humano, quién exterioriza más la ternura, quién busca más las estrategias colaborativas sobre las competitivas, quién se abandona más a los celos, quién convierte más el rencor en un proyecto vital o quién bloquea más la exteriorización de emociones. Tú quizá sepas más que yo sobre esto. Sólo te pido que no me golpees con tópicos y que reprimas ese sociólogo/a barra psicólogo/a que todos/as llevamos dentro. Sé que eres más inteligente que eso. Ya sé que puedes haber leído un estudio de la universidad de Michigan que después de un análisis de… asegura que… y que eso es una verdad universal que has oído en la radio antes de un anuncio de crema antihemorroidal. Yo prefiero abstenerme de colocar roles sexuales definitivos sobre este tipo de temas. Aunque, sí intuyo (aunque puedo estar equivocado), a quién afecta más la desigualdad laboral, a quién afecta más la violencia de género, a quién afectan más determinadas creencias religiosas o quién, en algunos casos, debe verse favorecida por la discriminación positiva.
Por otra parte, si hago una foto de mi vida, tampoco sé decirte en qué me ha beneficiado ser hombre (profesionalmente soy un mindundi pero no tiene nada que ver con ser hombre). Sí, ya lo sé… no tengo la menstruación, ni he experimentado los dolores del parto. ¡Joder! ¡Ya lo sé! ¡No me hagas sentir culpable! Es un defecto de diseño del que no puedo hacerme responsable.
¿De qué puedo hacerme responsable?
Déjame que te haga un dibujo.
En primer lugar hablaré del yo. El yo me pertenece. Es mío y no quiero que lo invadas sin permiso. Ahí están mis obsesiones, mis fracasos, mis aficiones, mis puntos de vista, mi identidad, mi perplejidad, mi capacidad para la sorpresa, mis pequeños o grandes placeres, mi sentido de la culpa, mi responsabilidad, mis defectos y virtudes, mi nostalgia, mi tristeza, mis carcajadas a destiempo, mi trempera matinera, mis dolores, mis elecciones erróneas o acertadas… Repito: es mi espacio. Te dejaré entrar si no vienes a juzgarme o si no vienes a darme consejos que no te he pedido. Lo siento. Me he comido mucha mierda como para que vengas en plan perdonavidas (y me da igual si eres feminista, nacionalista, socialista, machista o electricista). Si te necesito, ya te envío un whatsapp y eso.
Después estás tú. Es tu espacio. Es tu intimidad. No entraré si no me llamas. Y, si entro, lo haré con lo mejor de mí, sabiendo que estoy en calidad de invitado. Lo haré con la premisa de intentar que te sientas valorado/a, que te sientas especial. No hay nadie como tú. Y eso es importante. Lo valoro mucho.
Y después está el nosotros. Es el espacio que compartimos. Es el tú pero también es el yo. Ese espacio está abierto al debate, es negociable. Y, como está abierto al debate, no debe existir ninguna relación de dominio de uno sobre otro, no hay más poder que el de las palabras y los acuerdos. Está el respeto y si no lo hay, tampoco hay nosotros. Ojalá estés de acuerdo.
¿Por qué te he soltado todo este rollo? Hoy una usuaria de Twitter con el nombre “Locas del coño” me ha acusado de machista por el artículo “Carta a Inés Arrimadas”. Al parecer, soy machista porque creí que la líder de la oposición estaba haciendo un flaco favor al feminismo utilizando un gag del Polònia. Hecho que, en mi modesta opinión (y puedo estar equivocado), parece entrar en contradicción con la situación que se creó cuando Albert Rivera tuvo el mismo protagonismo que ella en la campaña electoral, siendo ella la candidata. Pues nada. Me bajo. Me apeo. No sirvo. Me volveré invisible en este debate. Nunca volveré a dar mi opinión sobre este tema. No soy bienvenido. Perfecto. Pido disculpas. Siendo hombre debo estar inhabilitado para compartir ese nosotros. Pues nada… me multiplico por cero y todos/as contentos/as. Eso sí, nunca seré un loco de la polla. Creo que la “genitalización” está fuera del debate cuando lo que buscamos son espacios compartidos en los que tú y yo seamos más o menos felices. Eso sí, “Locas del coño”, os seguiré porque estoy abierto a aprender.
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