La coprolalia es la tendencia patológica a verbalizar obscenidades. Se da sobre todo en pacientes del Síndrome de Tourette, un trastorno neuropsiquiátrico que se caracteriza por la presencia de múltiples tics físicos y vocales. Entre los tics vocales se encuentra el hecho de proferir obscenidades, frases despectivas y todas aquellas palabras que se consideran inapropiadas u ofensivas en el entorno social. Las personas que padecen este trastorno son incapaces de controlarse. En definitiva, son pacientes y requieren un tratamiento para minimizar la patología y para que su calidad de vida sea la mejor posible. Sin embargo, habrá que ir encontrando un nombre y un tratamiento a la incontrolable tendencia que posee la derecha española a insultar, a menospreciar y a ningunear a los oponentes. Y no es una anécdota, no compro esas muletillas de “no se puede generalizar”, “no todos son así” o “no se puede meter a todos en el mismo saco” que, seguramente tienen parte de razón, pero que parecen querer quitar importancia a lo que es un problema social. El insulto es una enorme palanca de atracción de audiencia en los medios de comunicación y parece que ya lo hayamos aceptado, que tengamos que resignarnos pacientemente a su presencia. Y, quizá soy injusto, pero tengo la sensación de que la derecha, representada en tertulias, en columnas de opinión, en programas radiofónicos y hasta en el Congreso de los Diputados, se encuentra muy a gusto en el terreno de la provocación y de las palabras gruesas. Aunque, esto debe ser como los penaltis: cada uno los ve a su manera.
Guste o no guste, la sociedad es extraordinariamente compleja, conviven tal cantidad de creencias, de ideologías, de tendencias políticas, de culturas y también de expectativas, fracasos y naufragios personales que, o buscamos mejores formas de relacionarnos, o nuestra sociedad tiene menos futuro que un pastel de césped… por mucho azúcar que le pongas.
Hay tres formas de relacionarse con el conflicto: la vía agresiva (insultos, menosprecio, violencia…) , la vía del silencio (no digo nada, no protesto, no vale la pena…) o la vía de la asertividad (lo digo pero con cierta educación, con humor, con ironía, con sarcasmo incluso, pero exponiendo argumentos). Es difícil, muy difícil. Para este humilde bloguero resulta un esfuerzo titánico buscar desesperadamente esta última vía y no caer en la tentación fácil de la primera (aunque ya sé que a veces sucumbo en el intento). De todas maneras, estoy convencido también de que la segunda vía tampoco beneficia a los ciudadanos porque, si permitimos que estos líderes de opinión (periodistas, políticos, empresarios…) conviertan las relaciones sociales en un juego de a ver quién suelta la provocación o el insulto más grave, estamos perdidos. Como padres, como educadores y, en definitiva, como seres humanos. ¡Joder, con lo poco que cuesta hablar bien! “Guiño de ojo”
Por cierto, pido a los seguidores de este blog que no insulten a nadie en los comentarios de la página de Facebook o en la cuenta de Twitter. Propongo sustituir las palabras “cabrón/a” por “esternocleidomastoideo”, “hijo/a de puta” por “supercalifragilísticoespialidoso” y “gilipollas” por “semeharotoelcondónquéputada”. Los comentarios no tendrán ningún sentido pero nos echaremos unas risas… que la cosa está muy chunga como para hacerse mala sangre. ¡¡¡Viva el humor!!!
Una última cosa, Celia y Pilar: de todos los hábitos higiénicos que deberíamos seguir, el más importante es la higiene mental. Sin embargo, no hay champú o gel que puedan contribuir eficazmente a ella. Probad con la sustitución de los prejuicios por la empatía y con esa maravillosa fórmula social que es la combinación de respeto y educación. Gracias. De nada.
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