Estimada, o no, María:
¿Has oído hablar de “El hombre invisible”? Se trata de una novela de ciencia ficción escrita por H.G. Wells en 1897. No te explicaré el argumento ya que, siendo una futura policía, tengo la esperanza de que puedas averiguarlo. Pero déjame que te cuente el final: el protagonista muere golpeado por diferentes personas. Definitivamente, no es un buen negocio ser invisible. Quizá puedas pensar que la invisibilidad otorgue algún tipo de poder, pero no es así. La invisibilidad te hace transparente. Estás presente pero la luz pasa por tu cuerpo como si no existieses. Nadie te ve. No cuentas para nadie. Eres una curiosidad científica despreciable en todas las ecuaciones.
Pues eso es precisamente lo que los talibanes lingüísticos como tú queréis hacer con el catalán. Deseáis, con todos las neuronas puestas al servicio de la irracionalidad, que no se vea, que no se escuche, que su invisibilidad provoque que desaparezca. Por asfixia, por acoso, por derribo. Con todas las armas en vuestro poder. Le deseáis la muerte, lenta, dolorosa, hasta que ni un sólo niño tenga la oportunidad de conocerlo. Esa es vuestra utopía destructiva. No lo queréis en los medios de comunicación, no soportáis que los deportistas catalanes lo utilicen en las ruedas de prensa, os indignáis si se oyen palabras en catalán en el parlamento español, vetáis cualquier propuesta de utilización en el parlamento europeo… Y en vuestra cruzada ruin, ignominiosa y patética llegáis a llamarnos nazis a aquellos que pedimos que, las víctimas de un accidente aéreo que pensaron, soñaron y vivieron en catalán, puedan tener un mínimo espacio en un memorial. En ese nivel estamos.
Y queréis que vivamos con vosotros. Perdón, ¡exigís que vivamos con vosotros! Yo desde luego no quiero tener nada que ver con vosotros. Me avergüenzan profundamente los genocidas de culturas. Individuos que, bajo la coartada de un mundo que no aciertan a comprender en su complejidad, aspiran a ver desaparecer cualquier rastro de diversidad. Nos queréis invisibles. Buscáis la transparencia de cualquier rastro de cultura catalana. Ya sé que lo negaréis. Siempre lo hacéis. Aseguráis que sentís un profundo amor hacia Catalunya mientras muchos nos aguantamos las ganas de vomitar ante semejante hipocresía.
La pedagogía se acabó hace tiempo. Y a ésta la sustituyó la dignidad.
DIGNIDAD. ¿Sabes lo que es? Es un grito. La dignidad es un “basta ya”. Es una afirmación clara y sin lugar a equívoco del deseo de dejar de ser invisible. Pero, eso sí, antes de ser aniquilado.
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