Estimado, o no, apóstol Wert:
Te escribo desde el cielo para confirmarte que aquí no hay mucho que wert… perdón, quería decir, que ver. Lo cierto es que aún me estoy intentando aclimatar al ambiente. Al principio me costó un poco. Aquí la vida es bastante simple. No hay día, ni noche… un poco como Gran Hermano pero sin Belén Esteban engordando en un sofá, embutida en un pijama hortera que pide a gritos una lavadora. Tampoco hay arriba o abajo, como en Gravity. Ni derecha o izquierda, como en el PP… en el PSOE… en Podemos… en UpyD… en Ciutadans… Vamos que aquí todo el mundo es de centro. De hecho, ya nadie piensa en política. Yo tampoco. Desde el día que dijiste que querías españolizar a los niños catalanes, dejé de pensar en política y pasé a pensar en la supervivencia. Porque, ¿qué quieres que te diga? Me empecé a cansar de las personas que, como tú, se han sentido elegidas para llevar a cabo una misión.
Quizá te preguntes qué hago aquí en el cielo. De hecho tampoco sé si esto es realmente el cielo o el estado de relajación que me permite dedicarte unas palabras. Pero, volviendo al tema, yo tenía previsto ir al infierno. Catalán, independentista, de izquierdas y no especialmente religioso, creía que tenía reservado un sitio en el averno. Allí, entre llamas, purgaría todos mis pecados de librepensador. Pero, al final, lo del infierno no debe existir. Que ya ves, toda la puñetera vida pensando en cielos o infiernos, y resulta que el infierno estaba en la Tierra y el cielo en nuestra mente. Porque, sí, estimado, o no, Wert. En nuestra capacidad para elegir cómo debe ser nuestro proyecto vital es donde está el cielo y en la obsesión por imponer a la gente una visión de la vida es donde se crean los infiernos.
Siempre he recordado una frase de Woody Allen que me gusta mucho, refiriéndose al cristianismo. Él dice que es como una tarjeta de crédito: disfrutas ahora y pagas más tarde (de tarjetas black sabéis mucho en el PP). Por eso, estimado, o no, ministro: déjanos tranquilos. Una vez más. Relájate y olvídate de esa voz que debiste escuchar en alguna noche un poco pasada de vueltas. No quieras educar a los niños. Deja que de eso se encarguen los padres, los profesores, los familiares más o menos allegados, los amigos. Deja que los niños se socialicen. Que aprendan a relacionarse con otras personas, con sus inquietudes, con sus preguntas sin respuesta, con su espiritualidad, con sus ansias de entender un mundo que, en ocasiones, se antoja extraño y cruel. Que recen si quieren. Que crean en lo que quieran creer. Que se decepcionen, que se sorprendan, que ríen o lloren, que se equivoquen y lo vuelvan a intentar, que tengan éxito o fracasen… En sólo dos palabras: que vivan. Por eso, desde este humilde blog, te pido una cosa: cobra el sueldo que te merezcas pero olvídate de esa extraña misión que tanto te obsesiona.
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