Las princesas no existen. Se las llevó la falta de oportunidades, el tedio o un infarto emocional. Cenicienta trabaja de cajera en un supermercado de barrio. Ha pedido el turno de mañana para poder recoger a su hijo en la escuela, que colecciona cromos de millonarios en pantalón corto. La bella durmiente sigue narcotizada por la fama y alguna que otra sustancia. La verás naufragando en papel couché, rodeada de tipos dispuestos a olvidarla por otra más joven. Bella sonríe en botox, hace pilates en un gimnasio de ricachonas y escribe libros de cómo adelgazar en un mes, pregúnteme cómo. Mientras, su bestia pide perdón en un reality show. La culpa fue del alcohol, dirá con lágrimas en los ojos. Rapunzel mira el cielo desde un rascacielos de la Diagonal. Los farolillos son sueños a punto de realizar aterrizajes forzosos. Lo siento, te valoramos mucho pero… ya sabes… la crisis. Pocahontas ha conseguido el permiso de residencia. Trabajando mucho, durmiendo poco. Busca un locutorio desde el que llorar la distancia. Te quiero. Mi vida. Pronto volveré. Aquí la gente tiene demasiada prisa.
No, hija, las princesas no existen. Se visten en bazares chinos con banderas de un euro. Buscan mástiles en los que ondear su mediocridad. Inventan sueños de celuloide. Venden su alma por un hashtag. Twitter me salvó la vida. Gracias Facebook por tu amor. Me siento sola en la alfombra. Pero sé que tú estás ahí. Te ríes de mi vestido. Te crees mi cuento. Pero ya no existen cuentos como los de antes. Ni princesas. Ni príncipes. Quizá algún ogro.
La princesas no existen. Son un reflejo óptico. Un capricho del inconsciente que alguien inventó para que te sientas bien. Ya va siendo hora de que dejes de creer en ellas.
Cierra los ojos, hija. Invéntate tu destino. Escríbelo con garabatos si no sabes más. No importa que se te tuerzan las líneas o que ese acento se haya puesto en la letra equivocada. Tú no eres princesa. Ni reina. Recuérdalo toda la vida. Ser mujer es mucho más que eso. Espero que lo sepas.
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