Estimado, o no, superpaternalista:
No soporto el paternalismo. El paternalismo es como una flatulencia intelectual que llena de aromas insoportables el entorno en el que se desarrolla y que sólo parece gustar a quien lo emite. Por eso, déjame que te diga, que esa esfera superior en la que te sitúas es, precisamente, una fuente inagotable de independentistas. Ya sé que el lado oscuro de la fuerza es el autoritarismo facha pero ambas posturas son las que, indefectiblemente, nos fuerzan a aspirar, en tanto individuos, a otra relación con el Estado, con el tuyo, y con el nuestro, futuro pero real.
Ahora, déjame que analice algunas de tus PP (perlas paternalistas):
“No me interesa el nacionalismo de ningún tipo. Salvo para combatirlo en lo que tiene de excluyente, de negación de la alteridad, la diversidad y la pluralidad constitutiva de cualquier Estado y, más aún, de uno como el nuestro”.
¿Me dejas que cambie algunas palabras para hacerlas mías?
No me interesa el nacionalismo español. Salvo para combatirlo en lo que tiene de excluyente, de negación de la alteridad, la diversidad y la pluralidad constitutiva de cualquier Estado y, más aún, de uno como el nuestro. Como ves, la realidad que tú ves a 600 Km no es la misma que algunos (muchos) vemos aquí.
“¿Qué es lo que te impide, querido amigo catalán, hablar tu idioma propio, disfrutar de tu cultura, mantener tus tradiciones, vivir, en definitiva, libremente todo aquello que forma parte de tu “nación cultural?”.
Déjame que te responda brevemente: las continuas inferencias en el sistema educativo catalán del estado español no nos impiden hablar catalán (nada más faltaría) pero dificultan la inmersión lingüística que es clave para el futuro de nuestra lengua. Por cierto, tu pregunta me suena a amante celoso: ¿quién te ha impedido salir con tus amigas? ¿He sido yo, que cada vez que me lo insinuabas ponía unos morros hasta el suelo? Mira, superpaternalista, el establishment español no sólo no ha potenciado la diversidad lingüística, sino que la ha intentado borrar del mapa. No es una opinión, es un hecho.
“¿Realmente crees que la independencia, sea esta lo que quiera ser hoy en día, en este mundo nuestro tan imbricado, como Estado miembro que somos de una instancia supranacional a la que hay que potenciar políticamente, la Unión Europea, e insertos en una globalización que no conoce fronteras ni respeta supuestas “soberanías”, realmente crees que la independencia de Cataluña, decía, te puede convertir en algo diferente de lo que eres ya como individuo, titular de derechos civiles, sociales y políticos, en un Estado democrático de derecho como lo es el español?”.
The answer is yes. Of course. Y no sabes la ilusión que me hace convertirme en algo distinto. No te puedes ni imaginar qué ganas tengo de mirar mi DNI sin que nadie me recuerde qué pone. Pero no sólo eso, no sabes qué enormes deseos tengo de que las empresas catalanas puedan competir en igualdad de condiciones sin ese lastre que es la Marca España.
“Sé que no te va a gustar, pero tengo que decírtelo. En un Estado democrático de derecho no tiene ningún sentido apelar a la democracia para ignorar el derecho. Es una pura contradicción, porque es precisamente el derecho, con la Constitución a la cabeza, el que garantiza que la democracia sea real”.
Superpaternalista: puedes estar tranquilo. Tendremos Constitución. Pero no la vuestra, la nuestra. Una Constitución que no se habrá creado con el aliento de los militares en la nuca y que ha estado más que superada por la corrupción, por la globalización o por las necesidades de los ciudadanos. Una Constitución que impida profesionalizarse en la política y que mantenga separados los poderes del Estado. Sinceramente, superpaternalista, seguéis sin enteraros de nada. Después dices, “(…) defender la Constitución, en definitiva, también significa defender la autonomía de Cataluña”. Que no, papaíto, que no. Defender la Constitución catalana, sí que es defender la autonomía e independencia de Catalunya. La otra, la de 1978, está más pasada de moda que los vaqueros Cimarrón.
“No cabe referéndum independentista en nuestra Constitución, querido amigo catalán. No cabe. Sencillamente porque nuestro Estado, al igual, por cierto, que todos los Estados de nuestro entorno, por muy territorialmente descentralizados que estén, se fundamenta sobre el principio de unidad del mismo; porque, en definitiva, la cuestión de la independencia es una cuestión de soberanía que solo el soberano puede responder. Y el soberano, como sabes, en nuestro Estado, como en cualquier Estado democrático de derecho de nuestra órbita política, solo lo es el pueblo del Estado global, el pueblo español, en nuestro caso. No somos nada originales a este respecto”.
¿Lo puedo traducir, superpaternalista? Nos importa un huevo y parte del otro que salgáis todos los catalanes a la calle y dibujéis todas las letras del abecedario. El soberano es el pueblo español y, como sólo representáis el 16% de la población, os jodéis y bailáis, que para eso somos una democracia. Lo único que podéis hacer es empezar a tener veinte hijos por pareja y, quién sabe, si lográis algún día meter a más del 50% de la población española en los 32.114 m2 que tiene Catalunya de superficie, quizás, y sólo quizás, seas un poquito más soberanos. Dicho de otra forma: aquí mandamos los padres y nosotros decidimos que no os vais de casa. ¡Como ha sido siempre! Aquí suena un puñetazo en la mesa.
“¿Qué se puede hacer, entonces? Pues lo de siempre en democracia: llegar a acuerdos sobre lo posible, buscando consensos. ¡Hacer política! Y es eso, amiga/o catalán, lo que se os está negando. Tanto por parte del Gobierno de la Generalitat, como por parte del Gobierno de España, y los partidos políticos que apoyan a uno y otro. Hacer política, sí; es decir, identificar problemas reales y concretos que afectan a la ciudadanía o al país y tratar de ofrecerles soluciones realistas e igualmente concretas”.
El paternalismómetro acaba de llegar a zona roja. ¡Hacer política! Traduzco: el spanish establishment lo que tiene que hacer es establecer el protocolo para estos casos:
a) mejoraremos la financiación autonómica para todo el mundo y así los Monagos de turno pensarán que han ganado, mientras estos catalanes, que no se enteran de una mierda, creerán que ha sido gracias a ellos. Después incumpliremos todos los pactos y nos pasaremos las leyes por el forro, como hemos hecho siempre. Marca España.
b) citaremos a Martí i Pol o a Espriu, aseguraremos que Catalunya nos gusta mucho porque tenemos muchos amigos catalanes y el tío de un abuelo, que sólo conocemos por una foto en blanco y negro, vivió una temporada en Vic.
c) cogeremos el avión y vendremos mucho por Catalunya. Nos abonaremos a la temporada del TNC, aplaudiremos las pelis de la ESCAC y, si el Barça se clasifica para la final de la Champions, nos dejaremos ver por el palco.
d) aprovecharemos para inaugurar algún centro de investigación pero obviaremos el hecho de que los talentos han tenido que buscar una salida en el extranjero, intentaremos que la prensa nos vea en la T1 del aeropuerto de Barcelona pero no podremos coger el tren que nos lleve al centro porque simplemente no llega, haremos conferencias explicando lo bien que vivimos juntos en esta entelequia llamada Constitución, firmada por un anciano con cierta propensión a mentir y a cazar elefantes.
e) pero, sobre todo, diremos que en los patios de los colegios se obliga a hablar a los niños en catalán, que TV3 se lleva el presupuesto de la Generalitat, que ya va siendo hora de que cierren las embajadas catalanas en el extranjero y que para qué quieren el catalán, si todos entendemos el español. Y lo haremos porque nuestros votos están en los que viven del anticatalanismo, de las subvenciones y de nuestra descomunal deuda. Porque, qué coño, si queríamos que Aznar paseara su bigote en las Azores o ZP su cara de alelado en el G20, teníamos que pedir prestado. ¡Eh, que tener el AVE en cada pueblo o aeropuertos sin aviones cuesta una pasta! ¡A ver si os habéis pensado que ser populista sale gratis!
Por eso, querido amigo superpaternalista, sólo te diré una cosa: adiós.
ARTÍCULO DE ANTONIO ARROYO EN “EL PAÍS”
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