Carta a Carmen Martínez

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Estimada Carmen:

No te conozco. O quizá sí. Eres una de esas heroínas anónimas que luchan cada día por salir adelante.  No te conozco. No sé todos los detalles que han provocado que ayer tu foto circulara por las redes sociales. Sólo sé que tienes 85 años, que tu hijo está en paro y que te han desahuciado.

No te conozco, pero sí sé que habrá personas (por llamarlas de alguna manera) que no habrán empatizado contigo, que les dará lo mismo que ayer te quedaras sin vivienda, que tu drama les resultará ajeno. “Algo malo habrá hecho, las leyes hay que cumplirlas, no haber firmado…”. Mira, ahora que no nos oye nadie… que quede entre tú y yo… se engañan a sí mismas, llenan sus prejuicios con mierda intelectual que intenta encontrar una justificación a la ideología que sustenta su manera de entender el mundo. Pero, ¿sabes qué? Me da igual lo que piensen. No creo en su sistema. Porque un sistema que no protege a la tercera edad es un sistema vomitivo, asqueroso, lleno de inmundicia por el que no vale la pena luchar.

Hoy no eres portada. No interesas. Ni tú, ni muchas personas anónimas que son como tú. No resulta sorprendente. Ya sabemos qué mundo reflejan muchos medios de comunicación. Son el espejo sucio que nadie limpia y que sigue ofreciendo una imagen borrosa de la realidad. ¿Por eso tantas personas desfilan ante el féretro de una aristócrata terrateniente? ¿Por eso se entrevista a un joven impostor? ¿Por eso se concede espacio a imbéciles sin méritos profesionales para que sean objeto de vaya usted a saber qué tipo de reconocimiento social? No lo sé. Quizá los medios de comunicación no tengan tanto poder. En todo caso, Carmen, esta carta es mi muy humilde homenaje.

No te sientas fracasada. El ejército de fracasados es el que te ha echado de tu piso. Son muchos los que, escudados en leyes, normativas, en medias verdades y en paraísos artificiales con forma de hipotecas, han decidido enrolarse en sus filas. Allí caminan juntos, a la vez, al ritmo de una música que se antoja ruido a los que no entendemos ni de economía, ni de leyes, pero sí sabemos qué es la humanidad, la sensibilidad, la comprensión o la ternura. No, no tenemos portadas. Pertenecemos a la sociedad anónima que se levanta cada día con la idea de que la Historia se ha olvidado de nosotros. Pero, Carmen, has de saber que somos nosotros los que movemos el mundo.

Miro tu rostro en la penumbra y se me parte el corazón. No entiendo nada. Todo se me vuelve extraño, indescifrable. Viviendas vacías y familias en la calle, bancos que acumulan metros cuadrados de vacío sin que pase nada, leyes que devuelven vacío cuando alguien se atreve a discutirlas… silencio… conformismo… silencio… vacío…

Sé que muchas personas habrán mirado tu foto con sentimientos parecidos porque cualquier día nos toca a nosotros. El día menos pensado somos nosotros los que nos damos la vuelta para mirar por última vez el piso en el que quizá nacimos, en el que quizá nos sentimos enamorados, en el que quizá vimos nacer a nuestros hijos, en el que quizá esperábamos acabar nuestros días en este mundo extraño y cruel.

Estimada Carmen. No te conozco. O quizá sí.

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